UN CUENTO POR FAVOR
PRESENTACIÓN
JOSE LUIS Y EL NOMO BURLÓN dibujo
JOSE LUIS Y EL NOMO BURLÓN
José Luis vivía en una bonita casa en el bosque junto a sus padres, José María y Maribel, y su hermano pequeño Alvaro.
A finales del verano recogían manzanas y peras de los frutales que plantaron frente a su casa. También moras silvestres con las que hacían ricas mermeladas. Al entrar el otoño recolectaban setas, castañas, y bellotas para hacer harina. Y en la primavera fresas y cerezas. A lo largo del año el padre cortaba y almacenaba leña, labor en la que José Luis, con su pequeña hacha, ayudaba.
De todo esto se mantenían, vendiendo parte para comprar lo que les faltaba. Consiguieron guardar algo de dinero, y decidieron comprar unas cabras que les proporcionaran leche, queso y lana. Para ello enviaron a José Luis con el señor Marcos, un cabrero del valle de al lado, que era amigo de la familia. Durante unos días le acompañó para aprender todo lo que pudiera de los animales, lo que podían comer y lo que no, como curarlos o limpiarlos. Para que le ayudara con la docena de cabras y un chivo de retorcidos cuernos y larga barba, le regaló un perro, Pelusa, pequeño, de mucho pelo, blanco y canela, vivo, nervioso y muy inteligente. Rápido hicieron buenas migas y la amistad surgió sin dificultad. También le regaló una navaja muy afilada y una flauta de pastor.
-La navaja te servirá para cortar la fuerte lana de la cabra si se enredase en un zarzal, o para sacarlas alguna espina que se clavaran. La flauta te hará compañía cuando te encuentres solo, tranquilizará a las ovejas si están nerviosas, y espantará tus miedos.
-¿De que tengo que tener miedo? Con mi padre he ido muchas veces al bosque y nada nos pasó.
-Pero tu padre es un hombre grande y fuerte, sabe defenderse, pero tú eres un pequeño niño. Dos peligros te acecharán. Los lobos, olerán las ovejas desde lejos, pero Pelusa te avisará con tiempo, confía en sus instintos, recoge las ovejas y utiliza la honda para mantenerlos alejados, has aprendido muy bien a usarla.
-¿Y el otro peligro?
-Los nomos burlones
-¿Nomos burlones? Es la primera vez que oigo hablar de ellos.
-Viven en lo más profundo del bosque y es difícil verlos.
-¿Y por qué son peligrosos?
-Por que son muy traviesos, y se divierten hechizando a la gente, conozco a uno que no pudo hablar en meses, pues todo lo que salía por su boca eran ladridos. A otro que era incapaz de mantenerse despierto más de diez minutos. O a un maestro que cuando empezaba a dar la lección olvidaba todo lo que sabía.
-¿Y como te libras de su hechizo?
-O se cansa por que ya no le divierte, o la familia le da alguna pieza de oro para que lo cure. El oro les fascina.
-¿Y no hay manera de no caer en el encantamiento?
-Cuando te encuentres con alguno te hará tres preguntas, debes decir NO a las tres, hablan cambiando las sílabas de sitio. Si contestas SI a una de ellas caerás en el encantamiento que esconda.
-¿Y como son?
-No te preocupes, cuando lo veas lo reconocerás. Se sabe muy pocas cosas de ellos. Que la magia esta en su barba, mientras más larga más poder. Que duermen muy profundamente y roncan fuerte, algunos lo confunde con un jabalí. ¡Ah!, y les vuelve locos la miel. En la cueva donde viven nunca les falta.
Días después regresó a casa con los animales. Sus padres habían preparado un pequeño establo para las cabras, una gruesa pelliza con el cuello muy alto para el frío, y un zurrón donde meter la comida y sus cosas. Y así fue como José Luis se convirtió en pastor.
El tiempo pasaba y las cabras daban una rica leche que ayudó mucho a la familia. Salía muy temprano con el rebaño y daba un largo paseo hasta la hora de comer, paraba para tomar los alimentos que su madre le había preparado. Después regresaba. Los días que caían tormentas o nevaba les daban forraje a los animales y no salía.
Una mañana de primavera el cielo amaneció despejado, pero para la hora de comer, unas negras nubes cubrieron todo el cielo, se preparaba una fuerte tormenta. Reunió a su rebaño, pero antes de que pudiera buscar refugio en una pequeña cueva que había en el cerro, una lluvia torrencial acompañada de terribles truenos estalló sobre sus cabezas. En la loca carrera perdió el zurrón y con él su comida. Llegaron empapados y asustados. Encendió una pequeña hoguera con la poca leña que había dentro de la cueva y que se mantenía seca. La tormenta parecía no tener fin, sacó su flauta, que por suerte mantenía en un bolsillo de su pelliza, y tocó una dulce melodía con la que espantar el miedo y olvidar el frío y el hambre. Cuando parecía que la música cumplía su cometido, pegó un bote al ver delante de él a un ser extraño al que no había oído entrar. ¡Era un nomo! Razón tenía el señor Marcos cuando le dijo que lo reconocería nada más verle. Medía medio metro, llevaba un gorro rojo que parecía más de dormir que de ir por la calle, una camisa de botones azul haciendo juego con sus zapatos, y un pantalón tan rojo como el gorro, sujeto con un enorme cinturón que reposaba sobre su prominente barriga. Hasta allí llegaba su barba, blanca y espesa, encima de la cual sobresalía unas narices, que si midiera dos metros, ya serían grandes. José Luis no salía de su asombro y mantenía la boca abierta.
-Espero que no te importe que entrara. Pasaba por al lado y oí la deliciosa melodía que salía de tu flauta; dijo con una voz algo ronca.
José Luis negó con la cabeza y siguió tocando. Estaba aleccionado por el señor Marcos, y no quería caer en las redes del travieso personaje.
¿Resquie mirdor chesno y asdi sin rarpa?
El niño dudó un rato, pues nada entendía, pero recordó las lecciones recibidas.
-¡NO!
El nomo puso cara de disgusto, y siguió hablando, contando cosas del bosque y sus animales, hasta que soltó otra pregunta.
-¿Resquie derper el blaha y loso drarla?
La pregunta le cogió de improvisto, pero igual que la otra vez contestó.
-¡NO!
La enorme nariz del nomo se puso colorada, pero siguió hablando sin parar, José Luis ya se encontraba algo mareado.
-¿Tienes hambre?
No supo que decir, pues entendió perfectamente las palabras. En ese momento sacó el nomo de su bolsa un enorme y jugoso trozo de jamón. El estomago del muchacho sonó reclamando una parte y su boca se hizo agua de inmediato. Le acercó el trozo delante de su cara.
-¿Te rasdeper y el nomica no rastraconen?
Se le nubló la vista, era tanto su hambre después de un largo día de caminata y del frío que su mente no pensó con claridad. ¿Cuantas preguntas me hizo antes? Tres ¿verdad?
-¡SI!
En ese instante se oyó una fuerte carcajada, y una pequeña explosión con mucho humo hizo desaparecer al nomo. José Luis temblaba de miedo. ¿Que había pasado?. Se acurrucó en la esquina rodeado de sus ovejas y se quedó dormido del cansancio.
A la mañana siguiente todo parecía estar bien. Se imaginó que había sido un mal sueño. El cielo estaba despejado y emprendió camino a su casa. Llevaba más de dos horas de viaje, cuando apareció de nuevo en la cueva. ¿Como era posible? ¿Me habré despistado?. Tomó otro sendero que le llevaría por el río, no tenía perdida, pero después de bastantes kilómetros ¡Estaba otra vez en la cueva!. Fue entonces cuando comprendió que era obra del nomo. Intentó recordar la frase que le dijo y con un palo la escribió en el suelo. Fue cambiando las silabas hasta que dio con la combinación “Te perderás y el camino no encontraras”. ¿Que haría ahora?. Decidió dejar a las cabras en la ribera del río, de allí no se moverían, y con Pelusa buscar la salida. Durante todo el día ando y ando, pero siempre acababa en el mismo lado. Lloraba amargamente pensando en la preocupación de sus padres. En ese momento Pelusa estiró sus orejas como si escuchara algo. Le siguió para ver que era, pero solo vio una enorme roca de la que salía un extraño ruido. Aunque se dio media vuelta para irse su amigo seguía allí, gruñendo muy bajito.
-Pero Pelusa, ¿no ves que solo es una roca?
A la vez que lo decía movió su mano para golpearla y demostrarle que era verdad, pero su mano no encontró nada en su camino. Pegó un salto hacia atrás sorprendido. Comprobó que no era una ilusión, su vista veía la roca, pero su mano atravesaba la imagen. Tomó aire, y con un paso no muy seguro, atravesó la roca. Allí encontró al enano durmiendo, era su guarida. Roncaba como lo haría un buey enorme, seguramente lo de la puerta era un encantamiento para protegerse. A su lado tenía una vasija de barro vacía que había contenido miel, seguramente su cena, y un par de cofres al fondo que imaginó sería ese oro que tanto apreciaban.
Se quedó un rato pensando, el sueño del burlón se notaba profundo y sereno. ¿Que podría hacer para librarse de su encantamiento?. Observó su barba, que según le contó el señor Marcos, era la que le dotaba de la magia con la que se divertía tanto. ¿Su barba?. Tuvo una idea. Le hizo una señal a Pelusa, recogió la vasija vacía, y salieron de la cueva.
Corrió todo lo rápido que las fuerzas le dejaron hasta donde estaban las cabras. Sacó de su zurrón la afilada navaja, y pidiendo perdón al chivo, le afeitó las barbas.
De camino había visto un panal de abejas. Lo derribó con su honda, y con mucho cuidado de sus moradoras, vació la miel en la vasija. Regresó a la cueva, pero de camino llenó la pequeña cantimplora que tenía, de la resina de un pino.
El nomo seguía roncando sin parar. Con su afilada navaja, y el máximo cuidado, le afeitó las barbas como le hizo al chivo, y ayudado de la resina, le pegó las del animal, quedando prácticamente igual. Él se pegó las del enano, pero se subió el cuello de la pelliza tapándolas. Se sentó a esperar a que se despertara.
-Hum...¡Pero que hacer tú aquí! ¿Como has entrado?
-Es que pasaba por aquí y oí tus ronquidos. Espero que no te importe.
De inmediato el enano se giró para comprobar que el visitante no le había robado su oro. Más tranquilo al comprobar que seguía ahí, se dio la vuelta y con cara de sospecha preguntó al niño.
-¿Que es lo que quieres?
Sacó de detrás de su espalda la vasija a rebosar de miel y acercándola a su cara pregunto:
-¿Rasnabuzre y rasaceco moco un noas?
El goloso nomo que solo tenía ojos para la vasija de miel, sin pensárselo mucho contestó.
-¡SI!
De inmediato una pequeña explosión con mucho humo resonó en la cueva, y donde se encontraba el nomo apareció un asno que rebuznaba y coceaba sin cesar. José Luis le ató la honda al cuello a modo de rienda, y cargó todo el oro que pudo en su zurrón, que acomodo a la espalda de la acémila. Recogió sus cabras, y esta vez si, encontró sin dificultad el camino a casa. Cuando sus padres le vieron regresar las lágrimas de alegría corrían por sus caras, pues estaban muy preocupados por él.
El nuevo asno fue de mucha utilidad a su padre para cargar la leña. El chivo no andaba muy contento con su nueva imagen, pero le volvió a crecer la barba. Con el oro encontrado no pasarían más necesidades nunca. La barba mágica del enano la escondieron, era muy peligrosa, pero quizás alguna vez pudieran necesitarla. Y José Luis se hizo un gran pastor, cuyo rebaño fue el más grande de toda la comarca. Él y Pelusa nunca se separaron.
CAROLINA Y EL GATO FELIX
CAROLINA Y EL GATO FELIX
El día que nació Carolina el sol resplandecía con fuerza, anunciando el feliz acontecimiento. Sus padres, Alejandro y Amparo, nunca habían visto una cosa tan bonita. Estaban llenos de amor y orgullo por su hija. Se pasaban las horas dándola besos y abrazos y jugando con ella. Su desarrollo fue normal, y recién cumplido el primer año, cuando ya andaba con torpes pasos hacia todos lados, el timbre de la puerta sonó. Su madre fue abrir, pero a nadie encontró, en el felpudo de la entrada había un cachorro de gato que maullaba casi sin fuerza.
-¿Quien es?, preguntó el padre.
-Alguien ha abandonado un gatito en nuestra puerta, parece recién nacido.
Alejandro se acercó para verlo, daba pena verlo tan desvalido.
-¡Pobrecito! ¿Que hacemos?, no me fío, Carolina es muy pequeña y puede que el gato la arañe, o con lo traviesa que es igual le hace daño pensando que es un peluche.
La niña, al oír su nombre, corrió tambaleándose llena de curiosidad. Al ver al animal sus ojos se abrieron como platos y se abalanzó sobre él para darle un abrazo. El cachorro la correspondió con lametones y arrumacos. La escena les pareció tan tierna a los padres que decidieron darle una oportunidad a Felix, que es como bautizaron al felino.
Los años fueron pasando, Carolina y Felix eran inseparables, parecían hermanos. Él dormía a sus pies, despertándola por la mañana con maullidos y lametones que hacían las delicias de la niña. Jugaban a todo juntos y era imposible ya imaginarse a uno sin el otro.
Una tarde, cuando Carolina tenía ya siete años, su madre les dijo.
-Voy un rato a casa de la señora Claudia, sabes que es muy mayor y esta muy enferma la pobre, la llevo comida y la limpiaré un poco la casa mientras la hago algo de compañía .
Por favor ¡Portaros bien! Y no me hagáis ninguna trastada de las vuestras. Cuando regrese jugaremos a algo.
La primera media hora estuvieron tranquilos viendo la televisión, pero los inquietos amigos se aburrían, los dibujos no fueron hechos para ellos.
-¿Sabes una cosa Felix? Que mamá aun tardará mucho, así que nos podíamos acercas a jugar al parque y volver antes de que regrese, ni se dará cuenta.
Dicho y hecho. Bajaron a un parque que había a pocas calles de allí, al pié de un bosque que limitaba la ciudad. Se rieron mucho en el balancín, también en la rueda giratoria y en el tobogán, pero cuando Carolina se subió en el columpio, Felix se retiró a jugar con una fila de hormigas; nunca le gustó subirse allí, se mareaba y terminaba cayéndose.
Ella empezó a impulsarse, cada vez más fuerte, cada vez más alto, le encantaba. Ponía su cabeza hacia atrás y dejaba que el viento moviera su pelo, cosa que le hacía unas ligeras cosquillas. Sin saber como, cuando más alto estaba, empezó a moverse, trató de recuperar el equilibrio, pero dos de las cadenas se engancharon y ella cayó al suelo de cabeza.
Sintió un dolor muy fuerte, y la vista se la oscureció, solo podía soltar unos ligeros gemidos mientras las lágrimas se le escapaban de sus ojos. Se levantó como pudo, al dolor se le sumó un desagradable mareo que la hacía ver todo borroso.
-¿Estas bien?
Abrió los ojos para ver quien era el que le preguntaba, estaban solos en el parque y...¡ERA FELIX!
-Pero...¿hablas?
-Pues claro, ¿por qué no iba a hablar?
-Por que los gatos no hablan.
-Eso lo dirás tú. ¿Como quieres que nos comuniquemos entonces?
-Con maullidos
-Pues qué conversación más aburrida.
-¡AY!
-¿Te duele mucho?
-¡Si!, me esta saliendo un chichón muy grande.
-Vamos a casa y que te cure mamá.
-¡No!, si se entera de lo que ha pasado nos castigará y no podremos volver al parque en muchos días, además, cuando se enfada no me hablará en varios días y eso me pone muy triste.
-¿Y que quieres que hagamos?
-No lo sé, no se me ocurre nada.
-¿Quieres que vayamos a ver a las mariposas?
-Me duele mucho y no tengo ganas de jugar, y menos con la mariposas, son muy aburridas.
-No es para jugar, las mariposas saben muchos remedios, son las que cuidan de los gatos, por eso dicen que tenemos siete vidas. Ellas fueron las que me llevaron a la puerta de tu casa cuando me encontraron abandonado maullando de hambre en un banco de la calle. Quizás te puedan ayudar.
-¿Y donde están?
-En el bosque seguro que encontramos alguna.
Carolina miró al bosque. Nunca había entrado en él, y se veía muy grande y peligroso, le daba miedo. Giró su cabeza en dirección a su casa, se imagino a su madre regañándola, y a su padre con la cara muy enfadada, le daba menos miedo el bosque . Suspiró y siguió a Felix, la cabeza la seguía doliendo mucho.
Felix iba dando saltos buscando a sus amigas, de tronco en tronco, de piedra en piedra. Después de un buen rato las vio.
-¡Allí están!
-Hola Felix, cuanto tiempo sin verte. ¿Que tal estás?
-Yo bien, gracias, pero vengo por mi amiga, se dio un terrible golpe y le duele mucho la cabeza. ¿Sabéis un remedio?
-¿Que te pasó?
-Pero...¿vosotras también habláis?
-Claro, y tú también ¿no?.
-Pero yo soy una niña.
-Y nosotras mariposas ¿que tiene que ver eso para hablar?
-Pues.....
-¿Me vas a decir que te pasó?
-Que me caí del columpio.
-¿Y no te curaron tus padres?, es lo que suelen hacer cuando sus hijos se hacen daño.
-Es que estábamos solos.
-Ya, una travesura.
Carolina bajó su mirada avergonzada, ahora se dio cuenta de que si hubiera obedecido a su madre nada de eso hubiera pasado, mamá al final siempre tenía razón. Pensó en ella, echaba de menos sus cuidados y cariño.
-Nosotras no podemos ayudarte, sabemos remedios para gatos y perros, pero no para niñas.
-¡Oh!
-Podéis buscar al sapo Joaquín. Si seguís ese sendero en un rato encontraréis su charca, es el más sabio de este bosque y es posible que sepa como curarte.
Los dos amigos cogieron la dirección que les indicó la mariposa. Estuvieron un buen rato caminando. El bosque estaba precioso, la capa verde del suelo, salpicado de setas y flores silvestres, contrastaba con los altos pinos cargados de piñas. Casi sin darse cuenta llegaron a una charca bastante grande, pero no vieron a nadie.
-¡Señor Joaquín! ¡Señor Joaquín!
Unos ojos grandes salieron del agua observándolos, durante un rato se quedaron quietos, hasta que dio un salto y se subió a un nenúfar que casi se hunde por el peso del gran sapo.
-¿Que queréis de mi?
-Me envía la mariposa haber si me puede ayudar.
-¡Anda! Una niña que habla.
Carolina abrió la boca para contestarle, pero pensó que sería más prudente no hacerlo. Sacudió la cabeza incrédula, y el dolor le recordó a qué había ido.
-Mi amiga se dio un golpe en la cabeza, ¡Mire que chichón!, y la mariposa no puede curarla.
¿Sabría usted que hacer?
-¡Por favor Señor Joaquín!, me duele mucho.
-¡Croac!, es la primera vez que un humano me pide ayuda. ¡Croac! No se ningún remedio para ti niña. Sé como curar el ala de un colibrí, o la garganta de un ruiseñor, o la herida de un corzo, pero para humanos nunca oí remedio alguno.
-¡Oh!, dijo Carolina mientras se le escapaba una lágrima, parecía que le iba a estallar la frente.
-¡No llores! ¡Croac! Yo no lo sé, pero puede que la Señora Marta si lo sepa.
-¿La Señora Marta?
-Si, es la tortuga más vieja del bosque, tiene más de 200 años.¡Croac! Quizás ella si oyera algún remedio para humanos. ¡Croac!
Seguir este camino y os cruzaréis con un río, suele estar en él.
Le agradecieron la información y se dirigieron hacia el río. Cuando llegaron no sabían donde buscarla. Unas cuantas moscas empezaron a revolotear alrededor de la cabeza de Carolina, y la niña, desesperada empezó a llorar.
-¡Dejarme tranquila!, dijo chillando y desesperada.
-Ssssssi no te hacemosssss nada. Solo jugamosssss.
-Ssssssi, nada.
-¡Que quisssssquiyossssa!
-Estoy malita y vosotras venís a reíros de mí.
-¿Que te passssa?
-Tuve un accidente y me golpeé, y no encontramos a la Señora Marta para que me ayude.
-¿La ayudamossss chicassss?
-Sssssi, la ayudamossss.
-Sssssi
-Nosssotrassss la buscaremossss río arriba.
-Sssssi la encontramossss te lo decimossss.
-Gracias chicas. Siento a ver levantado la voz.
-Vamossss a buscarla
Se fueron entre zumbidos, Carolina y Felix empezaron a bajar el río. Después de un buen trecho vieron a una familia de conejos en la ribera del río, comiendo las tiernas hierbas que brotaban allí. El papa conejo, muy educado, se acercó a saludarles.
-Buenas tardes, ¿disfrutando de un agradable paseo?
-Buenas tardes. Buscamos a la Señora Marta.
-Quizás pueda ayudaros. ¿Podría saber el motivo?
-Necesitamos su ayuda para curar a mi amiga, tuvo un accidente.
-Ya lo veo, ya, menudo chichón.
-¡Pobrecita!, dijeron los cinco gazapos a coro, eso si, sin dejar de comer.
-La vimos hace dos días al pié de esa gran haya que se ve.
-¿Dos días? Puede ya estar muy lejos.
-No, en absoluto, la Señora Marta va muy despacio, observa todo y de todo aprende. En dos días apenas habrá avanzado unos centenares de metros.
-¡Muchas gracias! No sabe la alegría que me da Señor conejo. Vamos hacía allí ahora mismo.
-¡Que tengas suerte!, volvieron a decir a coro los gazapos, con sus carrillos llenos de la rica hierba y moviendo sus colitas blancas.
Tardaron poco en llegar a la gran haya, y apenas unos metros más abajo, vieron una tortura bastante grande.
-Por favor ¿Es usted la Señora Marta?
-Hum... ¿Por qué quieres saberlo niña?
-Me di un terrible golpe y me duele mucho la cabeza. En el bosque nadie parece conocer el remedio. ¿Sabe usted alguno?
-Hum...mucho hace ya que nadie pregunta un remedio para humanos, se fueron todos a la ciudad y olvidaron las medicinas de siempre.
-Ayude a mi amiga Señora Marta, se lo agradeceríamos mucho.
-Hum...espera que recuerde. Hum...para golpes...así, ¿veis en lo alto de aquel cerro un viejo manzano?. Pues sus frutos tienen grandes propiedades, son pequeños y arrugados, pero quitan el dolor y la inflamación en un momento.
-¿Y como podemos llegar hasta el cerro?. No hemos visto ningún sitio por donde cruzar el río, y los dos somos pequeños, no saltaremos hasta la otra orilla.
-Hum...mis nietas os ayudaran. ¡NIÑAS! Estos amigos tienen que cruzar.
Aparecieron un montón de tortugas más pequeñas, que sujetándose unas a otras, tendieron un puente. Por ahí cruzaron los dos amigos, agradeciendo toda la ayuda que les habían prestado esas simpáticas tortugas.
Fueron subiendo el cerro por la loma hasta llegar a lo más alto. Allí, tal como les había dicho la Señora Marta, encontraron un viejo y enorme manzano, cuyas ramas se inclinaban ante el peso de sus frutos, dejándolos al alcance de su altura. Carolina arrancó cuatro manzanas poco más grandes que una nuez. Se metió tres en el bolsillo y empezó a comerse la que tenía en la mano. A pesar de su aspecto era dulce y de carne blandita. Esperó un rato, y al ver que no pasaba nada sacó otra y se la comió. Nada sentía y la cabeza le dolía igual. Algo defraudada, pues confiaba plenamente en la vieja tortuga, le dio un bocado a la tercera, y en ese momento notó que el chichón empezaba a desinflarse y le dejaba de doler.
Se puso muy contenta, y Felix brincaba y maullaba a su alrededor alegre por su recuperación. De repente, se empezó a marear, su vista se nublo, y perdió el conocimiento.
-¡Carolina! ¡Carolina! ¡Hija! ¿Estas bien? Dime algo.
Su vista empezó a clarearse, y vio a su madre, que la abrazaba mientras la llamaba.
-¿Mamá?
-¿Estas bien cariño?, pregunto con la cara llena de preocupación.
Miró a su alrededor y se dio cuenta que estaba en el parque, en el mismo sitio donde se había caído. Felix la miraba desde el otro lado con los ojos muy abiertos.
-¿Te duele algo?
Se acercó la mano a la frente, y al tocarse comprobó que ya no le dolía.
-Ya no mamá, las manzanas que me recomendó la Señora Marta me quitaron el dolor y el chichón me desapareció casi al instante ¡Que alivio sentí!
-¿La Señora Marta?, dijo la madre sorprendida, pensando que su hija había salido mal parada del golpe.
-Si, la vieja tortuga. Es que el Señor Joaquín, el sapo sabio, no sabía ningún remedio y nos envió a buscarla, como es tan vieja recuerda cosas que otros no. Menos mal que el amable conejo nos dijo donde encontrarla y de que no andaba muy deprisa.
La cara de Amparo estaba lívida, nunca oyó tantas cosas raras en la boca de su hija, y eso que les decía muchas.
-Pero hija ¿te encuentras bien?
-Si, perfectamente, ¿por qué lo preguntas mamá?
-¿Te puedes levantar? Apóyate en mí y hazlo despacio, no te caigas.
Le costó algo incorporarse, todavía estaba un poco mareada.
-Lo que no entiendo es como he bajado del cerro al parque, a lo mejor me ayudaron las
mariposas como a Felix, aunque yo peso bastante más, así que habrán sido unas cuantas. La verdad es que ni me he enterado.
-¡Basta ya Carolina! Menudo susto que me has dado. No sabía donde estabas, pensé lo peor, menos mal que Felix nos buscó y nos trajo hasta aquí. Si no llega a ser por él me da un patatus.
-Pero mamá...
-¡Ni pero ni mamá!. Deja ya de decir tonterías. Me has desobedecido y podía haberte pasado algo grave. No hay ni tortuga, ni sapos ni yo que sé cuales bichos. Te has dado un golpe muy fuerte y te quedaste desmayada en el suelo, podías haberte escalabrado. ¡Vamos para casa! ¡Y no quiero oír ni una palabra más en todo el día! ¡Andando!
Carolina bajó la cabeza. Sabía que si mamá se enfadaba era mejor callarse y obedecer, sobre todo, si como ahora, tenía razón. Había sido una niña desobediente. Lo que no entendía era que todo lo que había pasado no fuera verdad. ¿El dolor y el chichón?, ¿las moscas, la mariposa, el puente de tortugas o el charco del sapo?.
Las dudas le daban vueltas a la cabeza. Al llegar a casa su madre le dijo que se desnudara para tomar un buen baño, la ropa y ella estaban llenas de barro. Su madre la miraba con cara muy seria, y todavía tenía que venir su padre. Esa tarde no sería nada agradable. Mientras pensaba se fue quitando la ropa, la verdad que estaba sucia. Aunque iría a la lavadora, la dobló con cuidado esperando que su madre dulcificara su expresión, y en su bolsillo notó que algo duro había. Se extraño. Metió la mano y al sacarla...¡ERA LA MANZANA QUE LE QUEDABA POR COMER! Una sonrisa le cruzo la cara. Levantó la vista y vio a su amigo sentado en la puerta de su habitación. Le guiñó un ojo.
-No podemos dejar que todo el mundo se entere de nuestro secreto, ¿vale?.
Carolina asintió con la cabeza mientras se dirigía al baño. Un mundo mágico y maravilloso se abría delante de ella. ¿Cuantas aventuras más le traería? No lo sabía, pero la hacía sentirse feliz.
En cuanto pudiera volvería al bosque para saludar a sus nuevos amigos y darles las gracias por todo lo que hicieron por ella. ¿Y su madre? ¿como se le explica a una madre y a un padre el mundo mágico que la esperaba allí afuera?
Suspiro, mejor no intentarlo.
FIN
OPRAH LA SOÑADORA
OPRAH LA SOÑADORA
Oprah estaba muy triste. Recordaba cuando siendo cachorra su madre la mantenía calentita por las noches en su regazo, cuando la lamía dándola cariño, cuando jugaba con ella sin perder la paciencia.
Un día llegó un hombre, el señor Benito, y se la llevó a su casa junto a sus hermanos Tomy y Tym. La primera noche lloró mucho, tenía miedo y frío. Aullaba llamando a su madre. El nuevo dueño entró en mitad de la noche en pijama en la corrala donde los tenia dando gritos. La agarró de manera violenta del collar y la lanzó en un pequeño cuarto mal oliente y húmedo. La dejó encerrada a oscuras. Ella temblaba de miedo, y gimoteaba, pero no se atrevía a hacer ruido. Eso se repitió muchas veces.
La casa tenía mucho terreno, y en uno de los lados, por un hueco del seto que rodeaba la valla, se podía ver un parque donde la gente llevaba a sus perros a pasear. Jugaban con ellos, les daban mil caricias y se sentían orgullosos de sus amigos perrunos. Ella los envidiaba. Se acercaba al señor Benito y a su mujer meneando la cola y haciendo cabriolas, pero lejos de conseguir una caricia la echaban a gritos. Se iba con el rabo entre las piernas a un rincón solitario y soñaba despierta en una vida como la de esos perros.
Pasó el tiempo y fueron creciendo los tres. Un día los llevó lejos del pueblo y los ató a un árbol. Sacó una escopeta del coche y disparó al aire. Los tres se asustaron e intentaron huir inútilmente, volvió a disparar un par de veces más y volvieron al pueblo. Esto se repitió durante varios días. Tomy y Tom se fueron acostumbrando, pero a ella cada vez que sonaba la detonación le recorría un escalofrío por la espalda.
A partir de entonces les traía pieles de conejos para jugar. A sus hermanos les encantaba, pero ella seguía prefiriendo zascandilear con las rápidas lagartijas y las revoloteadoras mariposas.
Un domingo salieron al campo. Iban con un amigo de su dueño que llevaba tres galgos adultos. En cuanto les soltaron empezaron a rastrear. Tym y Tomy les imitaron, buscando el olor tan familiar de las pieles con que jugaban. En cambio Oprah se quedó maravillada con la belleza que tenía ante si, olores que nunca antes percibió, animales que danzaban a sus anchas, preciosas flores de mil colores, ni tan siquiera oyó los estampidos de las escopetas, ni las llamadas de su dueño. Estaba extasiada viendo a un par de saltamontes saltando a la par cuando sintió una fuerte patada en el costado que la hizo darse un revolcón en el suelo y doblarse del dolor. Cuando se giró vio al señor Benito y a su amigo mirándola con cara muy seria.
-Ya ves para lo que te sirve, para buscar saltamontes. Más vale que la sacrifiques.
Al domingo siguiente salieron otra vez. Oprah pasó toda la semana castigada en el pequeño cuarto. Iba decidida a que no la volviera a pasar. Saldría como los otros perros a perseguir a los conejos, aunque a ella no le gustara. Tenía que ganarse el afecto de sus dueños, eso que tanto necesitaba. En cuanto bajaron del coche se puso a imitar a sus hermanos y a los perros del amigo. No sabía muy bien que debía hacer, pero se puso a buscar como estos por todos los rincones. De repente delante suyo saltó una liebre. Sin pensarlo empezó la carrera más rápida de su vida. El pobre animal, espantado echó a correr haciendo unos quiebros increíbles. Pero Oprah no le perdía. Tan decidida estaba que su corazón latía como un tambor y todos sus sentidos estaban puestos en su rival. La liebre, viendo que no la perdía, se fue directa a la valla que cerraba el coto y pasó por un pequeño hueco. Oprah, sin reducir la velocidad, pegó un enorme salto pasando por arriba de la alambrada. Tan obcecada estaba que no vio el coche que venía por la carretera. Le pegó un terrible golpe que le dejó su mano izquierda destrozada. Quedó en el arcén, aullando, ladrando de dolor, retorciéndose. Al rato vio aparecer al señor Benito. Un halo de esperanza llenó su corazón, él la curaría. El señor Benito se agachó y miró su mano, luego a ella, se levantó y se fue. No podía creerlo, la había abandonado. Estaba herida por hacer lo que él quería y la deja tirada en el arcén. Su pecho se comprimió de tristeza y sus ganas de vivir desaparecieron. Permaneció tumbada durante horas, inerte, sin pensar, sin sentir el dolor, solo esa enorme tristeza que invadía su corazón. Llegó la noche y una fina lluvia acompañada de una fresca brisa lo cubrió todo. Ella ni tan siquiera sentía el frío. Con el primer rayo de sol algo cambió, un sentimiento de indignación llenó por completo su ánimo. No permitiría que ese malvado rompiera su sueño, quería una familia que la quisiera y lo conseguiría. Se levantó a pesar del tremendo dolor y de la debilidad y ando hasta el pueblo más cercano. Ya no perseguiría más liebres, ahora solo perseguiría un sueño.
Habían pasado varios meses, su cojera la hacía lenta, pero no había dejado de ir de pueblo en pueblo buscando alguien que la quisiera, alimentándose en los cubos de basura, pasando frío, huyendo de desalmados que le lanzaban piedras y la espantaban. Ahora estaba triste, desanimada, tumbada entre los plantas que rodeaban a un parque infantil, parecía que su sueño nunca se cumpliría. Estaba tan cansada, que siendo ya de día se quedó dormida. Una sensación la despertó de golpe. Puedo ver los grandes ojos de un niño que la miraba con curiosidad a muy poca distancia. Estaba tan asustada que no huyó.
-Hola. ¿Quién eres tú?
Extendió la mano para inclinar el collar donde le habían puesto el nombre con un rotulador.
-Oprah. Hola Oprah, yo soy Miguel. Eres muy bonita. ¿Quieres ser mi amiga?. ¿Tienes hambre? ¿Quieres un trozo de mi bocadillo?
Se lanzó por el trozo de bocadillo que Miguel la dio, y por primera vez en mucho tiempo se dejó acariciar.
-Ahora me tengo que ir, que me llama mi padre, pero si mañana estás aquí te traigo más comida.
Al día siguiente Oprah estaba esperando en el mismo sitio, deseando que su amigo apareciese. Por la tarde, cuando salió del colegio, llegó Miguel.
-¡Hola Oprah!. Te he traído un paquete de salchichas y pan de ayer que he escondido en la cartera esta mañana.
Mientras se lo comía con satisfacción el niño estaba sentado a su lado acariciándola. Ella disfrutaba mucho y le devolvía el cariño a Miguel con lametazos que levantaba las risas de su amigo.
Estuvieron así varios días, escondidos en su rincón, sin que nadie los viera, hasta que una tarde se abrieron los arbustos y apareció la cara de un hombre.
-¿Pero Miguel que haces aquí con este perro?
-Hola papá. Es mi amiga Oprah. Creo que esta solita. Desde hace días la estoy cuidando.
Antonio se puso de cuclillas delante de ella. Oprah temblaba de miedo. Cuando estuvo a su altura una sonrisa invadió la cara del padre, que la acarició con la misma ternura que el hijo.
-Pobrecita. Está muy delgada, y llena de heridas. Si parece abandonada. ¿Como no me has dicho nada?.
-Por si te enfadabas. ¿Nos la podemos quedar?
Antonio se quedó pensando un rato.
-Sabes que tu madre no quiere perros en casa, ya hemos discutido por ello varias veces. Dice que lo rompen y lo ensucian todo.
-Pero esta solita, ¿que va a ser de ella?. Tú siempre me dices que hay que tratar bien a los animales, y que te gustan mucho los perros pero cuando uno te necesita no le ayudas.
Las palabras de su hijo le llegaron al corazón, y tuvo que darle la razón.
-Está bien, voy a por una cuerda al coche y nos la llevamos, pero prepárate para la que nos espera cuando lleguemos a casa.
La madre estaba esperándolos con una sonrisa en la escaleras del chalet adosado donde vivían, pero al verles aparecer con Oprah su cara cambió.
-No, no te enfades ni digas nada. Estará aquí unos días mientras la curamos, la alimentamos y le buscamos a alguien que la adopte. Si te parece mal pártele tú el corazón a tu hijo.
Ana miró a su hijo. Tenía los ojos suplicantes, apunto de llorar, mientras acariciaba a Oprah que mantenía la cabeza pegada al cuerpo de su amigo.
-Esta bien, unos días, pero en casa no entra que lo estropean todo y se llena de pelos.
Padre e hijo se miraron y esbozaron una sonrisa cómplice.
Los siguientes días fueron los más felices de Oprah desde que era una cachorra. La llevaron al veterinario que la curó todas las heridas y le hizo una radiografía de la mano haber si se la podían curar. Antonio la sacaba todos los días por la mañana a dar un paseo y por la tarde, al llegar Miguel del colegio jugaban en el jardín de atrás. La madre no la decía nada, pero la veía sonreír a través de los cristales mientras lo hacían, así que Oprah no paraba de hacer cabriolas y tonterías para ganarle el corazón.
Habían pasado dos semanas, y aunque Ana no dejaba de gruñir por el trabajo que daba la perra no parecía que le durase el enfado del primer día. Una tarde de sábado estaba Oprah descansando en el jardín. Le extrañaba que Miguel y Antonio no salieran a jugar con ella. Había pasado bastante tiempo desde que comieran. Se asomó a las ventanas del salón y vio que los tres estaban tumbados en los sofás con la televisión puesta. Ladró un par de veces y no se movieron. “Estarán durmiendo” pensó. Fue hasta la puerta de la cocina que también daba al jardín y por la rejilla salía un olor extraño. Su instinto le dijo que eso no era normal. Volvió a asomarse a la ventana del salón y ladró con fuerza mientras golpeaba los cristales. Ninguno se movió. No lo dudó, nada bueno podía estar pasando. Se apoyó en el picaporte de la cocina, le costó varios intentos, pero la puerta se abrió. El olor era muy fuerte. Entró por primera vez a la casa y golpeó repetidas veces con la cabeza a la familia sin que ninguno respondiese. Empezaba a marearse. Miguel estaba tumbado en uno de los sillones. Con los dientes le agarró el cuello del chándal y le sacó arrastrando hasta el jardín. Le lamió repetidas veces la cara, pero no conseguía nada, solo tosía. Intentó lo mismo con Ana y Antonio, pero eran muy pesados y las camisetas que llevaban se rompían entre sus dientes. Salió sin saber que hacer, desesperada y con ganas de vomitar. “Tengo que pedir ayuda a otro humano”. Sin pensarlo más veces se fue hacia la entrada. La puerta estaba cerrada y esa no sabía como abrirla, no tendría más remedio que saltar la valla. Era muy alta, y ella tenía mal la mano, pero la familia dependía de su decisión. Cogió carrerilla y pegó el mayor salto que nunca había realizado, llevada por sus fuerzas y por el amor. Consiguió pasar la valla, pero al caer sobre su mano mala notó como sus huesos se partían. Rabiaba de dolor hasta el punto que su vista se le nublaba, pero a pesar de ello, sobre sus tres patas corrió de un lado de la calle a otro ladrando sin parar y todo lo alto que pudo. Algunos vecinos salieron extrañados.
-¿Que pasa?
-No sé. Creo que los vecinos acogieron a esa perra hace poco, pero no se por qué esta así de nerviosa.
-Vamos a acercarnos a ver que sucede.
Al llegar a la puerta les llegó el fuerte olor a gas que se escapaba por la puerta de la cocina abierta. Sin perdida de tiempo entraron y encontraron a la familia sin conocimiento. Llamaron rápido a urgencias mientras abrían todas las ventanas y cortaban el gas. Llegaron médicos, ambulancias y policía. Todos con sus sirenas puestas. Oprah se quedó en un rincón, ya sin fuerzas, comida por el dolor, pero solo pendiente de lo que ocurría en la casa. Se acercó un auxiliar.
-Hola amiga. Me han contado lo que has hecho.
La observó la mano.
-Se llevan a tus dueños al hospital, no te preocupes, están bien, pero nadie se a preocupado por ti. Soy amigo de un veterinario que tiene una clínica aquí cerca, te voy a llevar.
Unas horas más tarde Ana se despertó en el hospital. Le cogía de la mano Antonio que llevaba una mascarilla de oxigeno puesta, igual que ella.
-¿Que ha pasado? ¿Donde estamos?
-En el hospital, la tubería del gas se rompió y casi nos asfixiamos.
-¿Y Miguel?
-Tranquila, esta bien.
En ese momento entraba el médico.
-Les ha salvado su perra. Abrió la puerta de la cocina que ayudo a que saliera parte del gas. Sacó al niño al jardín, a él le hubiera afectado mucho más el gas, y a ustedes lo intentó, pero se ve que no pudo y saltó la valla y alertó a los vecinos que nos llamaron. Si llegamos media hora más tarde no se que les hubiera pasado. Ahora estarán algunos días mal de los pulmones pero se recuperarán bien.
-¿Y Oprah?, preguntó Antonio.
-Un auxiliar se la llevó a una clínica veterinaria. Se partió la mano al saltar la valla para ayudarlos. La verdad es que fue un salto increíble.
Al día siguiente les dieron el alta a los tres y lo primero que hicieron fue acercarse a la clínica veterinaria. Allí encontraron a Oprah tendida en una camilla. La pobre tenía la mano vendada y en la otra pinchada una vía donde la inyectaban medicamentos. Por primera vez Ana se acercó y la acarició con cariño. El veterinario le explicó como estaba.
-Esa mano ya la tenía mal. Algún accidente antiguo que nadie curó. No creo que su anterior dueño la quisiese mucho, no tiene chip y me imagino que ni tampoco vacunas. Le soldó muy mal los huesos y con el salto que dio se le partió por varios lados.
-¿Que se puede hacer?, preguntó Antonio.
-Habría que operarla varias veces, ponerla clavos y luego hacerla rehabilitación, pero es un proceso lento y caro.
-Es nuestra perra, es de la familia, y no nos importa cuanto cueste curarla, prepare todo lo necesario, dijo Ana.
Los tres se miraron y sonrieron, mientras Oprah, comprendiendo lo que pasaba movía el rabo contenta. Por fin se cumplía su sueño, tenía una familia que la quería. Todo el dolor y los malos momentos que había pasado merecieron la pena. Al fin era totalmente feliz.
ALBERTO EL FLAUTISTA Y EL LEÓN DE LAS NIEVES
ALBERTO EL FLAUTISTA Y EL LEÓN DE LAS NIEVES
La princesa Anabel era hija de los reyes del reino de Senoal, gobernantes apreciados por su pueblo. Eran muy importantes, pues el reino era muy rico gracias a los grandes campos de cereales con el que comerciaban con los vecinos. La princesa era su única hija, y temerosos de que algo la pasara, la cuidaban con exceso, pues reino tan poderoso no podía quedar sin heredera. Por este motivo no la dejaban jugar con otros niños, por si la contagiaban alguna enfermedad infantil, como la rubeola o la varicela, y para evitar que tuviera un accidente jugando, todas las semanas era visitada por los mejores médicos del reino, los más eruditos, que la hacían todo tipo de pruebas y la daban las medicinas más amargas que se pudieran probar.
Anabel era muy infeliz, es verdad que tenía las mejores muñecas, los más bonitos trajes y los dulces más apetitosos, pero nadie con quien compartirlos, se aburría mucho. Las damas que la cuidaban eran todas ancianas, la querían con locura, pero se les había olvidado jugar, demasiados años habían pasado desde que ellas fueran niñas.
Un día, viajando desde el palacio de invierno al de verano, su carroza cogió un bache y se le partió una rueda, por suerte nadie resulto herido. Los soldados de la escolta se pusieron a arreglarla, y mientras tanto, aburrida, se dio un paseo por la ribera de ese bonito río, claro esta, seguida de dos fornidos soldados que cuidaban de que nada le pasase.
A lo lejos se oía unas alegres risas que llamaron su curiosidad. Se veía un grupo de niños al fondo, con espadas hechas de madera, jugaban a las batallas, recibiendo y dando mamporros que soportaban entre grandes carcajadas. Algo más cerca, cuatro niñas se sentaban alrededor de una piedra sobre secos troncos de madera, y gesticulaban como si se estuvieran tomando el té. Una de ellas, con un vestido roído y sucio, unos increíbles ojos azules y grandes, y con toda la cara llena de churretes, se le acercó, y con voz muy dulce le preguntó.
-¡Hola!, soy Julia. ¿Quieres jugar con nosotras?
-¿A que jugáis?
-A la merienda de las princesas. Yo soy la Duquesa de Mermelada, ellas las Baronesas del Torcipie y del Gatocojo. La otra que mira con cara de importancia es la Baronesa del Nomedigas, se cree muy importante, pero no creas....
Se le escapó unas risitas, y con gran solemnidad declinó la invitación, pero se quedó un rato observando como disfrutaban con su juego imaginario. De camino al castillo, con el carruaje arreglado, no se podía quitar de la cabeza lo que vio. ¿Como era posible que unos niños tan necesitados fueran tan felices?. Por su aspecto no era solo ropa e higiene lo que necesitaban, estaban todos flacos. ¿Por que ella era tan infeliz teniendo tanto?. Les envidió, se sintió culpable de hacerlo, pero no lo pudo evitar.
Una idea empezó a fraguar en su mente. Cuando fuera algo más mayor tendría que aceptar su responsabilidad como princesa, y después como reina. Ya no tendría tiempo de divertirse y de probar esa vida que tanto deseaba, al menos por una vez. Lo preparó todo, y una noche, burló al guardia de la puerta escapando por un pasadizo secreto que recorría todo el palacio. Como no tenía con quien jugar se entretenía descubriendo los rincones, escapando y volviendo locas a sus nanas, y así, de casualidad, lo encontró. Por él bajó a la lavandería, que en esos momentos de la noche estaba vacía, y cambió sus ropajes por las de un mozo, recogiéndose la melena en un moño y disimulándola debajo del amplio gorro que llevaban estos chicos. Por el mismo pasadizo salió a una puerta falsa que daba a la plaza Central, encontrándose, por primera vez en su vida, sola, y con todo su reino por delante. La felicidad saltaba en su pecho.
Empezó a andar en dirección al río donde encontró a los niños, su intención era jugar con ellos y regresar antes de que se hiciera de noche, pero se confundió de camino y se perdió, estaba tan acostumbrada a que la llevaran... Pasaron las horas, y el cansancio hizo
mella en sus piernas, le dolían demasiado. Se sentó en la vera de un camino, y su estomago rugió. Nunca antes había sentido hambre, y la sensación le resultó muy desagradable, no había tenido la precaución de llevarse algo de la despensa, pues solo quería estar unas horas afuera. Se quedó medio dormida apoyada sobre una dura piedra, cuando el ruido de una carreta la despertó. Estaba cayendo la tarde, y con la poca luz casi no los distinguía, tardó un rato en enfocar la vista. ¡Eran titiriteros!.
-Hola chaval. ¿Que haces aquí solo?
-Es que...me escapé de la casa donde trabajaba y me he perdido.
-Me imagino que tendrás hambre ¿no?
-Mucha señor.
-Nosotros acamparemos dentro de un rato, si quieres venirte con nosotros podrás comer algo y calentarte en el fuego.
-Se lo agradecería mucho señor.
-Hay que ver que bien educado estas. ¿Como te llamas?
-Eh...Alvaro señor.
-Pues don Alvaro, invitado está.
Una hora después montaron su campamento. La alegría y las bromas corrían por todos sus rincones. Se notaba que eran felices a pesar de las estrecheces y penurias que seguro pasarían. El enano saltimbanqui era el más gracioso de todos, sus chascarrillos hacían reír a la mujer barbuda, que aunque seria, no hacia más que preocuparse por el bienestar de los demás. El payaso se encargaba de hacer la cena, tenía muy buena mano para los estofados, y el tragafuegos de ayudarle. Manuel era el jefe de pista, y a la vez el mago, con sus trucos con cartas, bolas y pañuelos deleito un buen rato a Anabel. El malabarista, contó unas historias de amor que produjo suspiros, y la trapecista, cantó hermosas canciones con una aguda y afinada voz. Anabel se puso al lado de una chica muy guapa, demasiado delgada y con una sonrisa preciosa, se presentó como Esther.
-¿Y tú que haces Esther?
-Soy la caballista, trabajo con nuestros dos caballos, Mauro y Santal, hermosos caballos jerezanos que hacen verdaderas maravillas, y también les monto haciendo equilibrios sobre ellos.
-Que bonito debe ser.
-Si, a mi me gusta mucho, aunque en unos días no lo podré hacer, tropecé tontamente cruzando el río y me hice daño en un tobillo, aun lo tengo hinchado. Nos vamos a quedar aquí acampados unos días para ensayar el espectáculo, tenemos una actuación muy importante dentro de una semana en la ciudad de Florestan. ¿Te gustaría mañana montar en Mauro y Santal?. Bueno, si no tienes prisa por irte claro.
La cara de Anabel se iluminó. Desde la ventana de su habitación se veía a los mozos aprender a montar, y siempre deseó ser uno de ellos. Se imaginaba encima de esos magníficos y hermosos animales galopando por la campiña, pero claro, sus padres se lo tenían prohibido por que era peligroso. Esther sonrió y comprendió la ilusión que le hacía.
A la mañana siguiente montó en los equinos, y se le dio de maravilla, estos la obedecían sin rechistar, agradecían la suavidad de sus movimientos, al contrario de lo que sucedía con la mayoría de las personas. Animada por la experiencia se atrevió ha realizar alguna de las acrobacias que hacía Esther, las más sencillas, como galopar de rodillas y de pie sobre el lomo de Mauro, o aguantar en la silla de Santal mientras este andaba sobre las dos patas traseras.
-Es increíble lo bien que se te da. Te propongo un trato, ¿te atreverías a actuar con nosotros en Florestan?, yo desde el suelo te dirigiré para que estés tranquilo.
Tan entusiasmada estaba que aceptó sin pensárselo y sin tener en cuenta la preocupación que embargaría a sus padres.
Una semana más tarde se encontraba en la plaza del mercado de la ciudad, rodeada de los habitantes que disfrutaban del espectáculo. Ella realizó sus acrobacias a la perfección, arrancando un fuerte aplauso y muchos vítores. Al bajar todos querían estrechar la mano del caballista. Era algo nuevo para ella, en palacio nadie hubiera osado en tratarla así.
Cuando terminó la función, con todo el dolor de su corazón, se despidió, uno a uno, de todos, dándoles un fuerte abrazo. Tomó el camino de vuelta, pero como en la vez anterior, se perdió.
-¿Que te pasa chico?, le dijo un alto y fuerte leñador que cortaba un tronco caído al lado del camino.
-Me perdí, iba de Florestan a la ciudad real y no se como aparecí por aquí.
-Le pasa a todo el mundo, se despistan en el cruce de caminos . Se esta haciendo tarde y por aquí no hay donde pasar la noche. Ayúdame, hoy dormirás en mi cabaña.
Recogió las ramas que le dijo y con una cuerda le preparó una hoz de leña. Pesaba mucho, pero aguantó todo el sendero. A la salida de él, apareció una bonita casa, toda de madera, y una chimenea de la que subía una columna de humo. Olía a un guiso estupendo, otra vez el hambre le hacía rugir su estómago. Al entrar le recibió su simpática esposa, Adela, y sus siete hijos, tres chicas y cuatro chicos, repartidos por todas las edades.
-¿Tienes mucha prisa por llegar a tu destino?. Si te vas mañana te volverás a perder, pero dentro de una semana mi hijo mayor va a la ciudad de Verin para vender la leña que hemos acumulado, desde allí te señalará el camino directo hacia la ciudad real.
Sopesó lo que Ramón, el leñador, le había dicho. Era otro retraso, pero mejor eso que perderse de nuevo. Hasta ahora había tenido suerte y había encontrado quien le ayudase, pero la próxima vez...quien sabe. Aceptó. A la mañana siguiente la llevaron al bosque para que les ayudara, jamás había trabajado y desde luego comprobó lo duro que era. Le dolía hasta el último músculo de su cuerpo. Por la noche contaban historias y Ramón, con su ronca voz, recitaba poemas que aprendió a lo largo de los años, pero los ojos se le cerraban del cansancio, y se durmió. Ninguna noche consiguió aguantar hasta el final.
Cuando llegó el día, se despidió y se abrazó
con todos, les había cogido mucho cariño, eran buenas personas, trabajadoras y amables. Por lo único que se alegró fue por el dolor de manos que tenía de manipular la leña. En unas horas llegaron a Verin, y Arturo, el hijo mayor, se despidió de ella con un fuerte abrazo que casi la aplasta, pensando que era un chico.
Siguió el camino indicado, pero el cielo empezó a ponerse negro, cada vez más negro, y una terrible tormenta estalló. A lo lejos distinguió una casa de un labrador, escondida en medio de los trigales. Salió corriendo, y cuando llegó llamó a la puerta. Una mujer de dulce rostro le abrió.
-¡Madre mía! ¡Te has puesto hecho unas sopas!. Pasa, pasa, y siéntate delante del fuego mientras te saco algo con que secarte.
Aurora, que así se llamaba la mujer, le dio un cuenco de sopa calentita, mientras su marido, Santiago, avivaba el fuego de la chimenea. Una vez repuesta y con ropas secas observó que el matrimonio tenía cara de tristeza.
-¿Les pasa algo?
-Ay hijo, que la vida del labrador es muy dura. Mañana tenemos que empezar a recoger el trigo, antes de que vengan más tormentas como esta y nos arruine la cosecha, pero nos faltan manos. Mis dos hijos están en cama con fiebre debido a una epidemia de gripe que asoló la región. Hemos pedido ayuda a los vecinos, pero la mayoría de ellos están igual.
Anabel pensó un momento. Esta amable gente necesitaba ayuda, y no podía dejar de ofrecérsela.
-Yo nunca trabajé la tierra, pero si quieren puedo ayudarles.
-Muchas gracias Alvaro, otras dos manos nos vendrá muy bien.
A la mañana siguiente, apenas el sol tocó el horizonte, empezaron la faena. Seis vecinos vinieron a segar, uno era carpintero, otro zapatero, de otro se decía que era tendero, pero todos se acercaron para ayudar a sus amigos, sin más contra prestaciones que la comida y su cariño.
Los tres primeros días se dedicaron a cortar el cereal con la hoz y dejar las gravillas en el suelo. Terminaba tan cansada Anabel, que al terminar, ya echada la noche, caía rendida en el jergón sin tan siquiera cenar. Cuando por fin acabaron con todo el campo, se dedicaron a trillarlo, pasando un trineo de madera con piedras afiladas en su panza, tirado por caballos. Y para terminar lo ventaron, nunca le picó tanto el cuerpo como esos días. Con una horca lanzaban al aire todo lo trillado, el ligero viento se llevaba la paja y dejaba caer el grano al suelo. Esa paja se metía por todos lados, en tres días todo el mundo se rascaba sin cesar.
Retomó su camino satisfecha por lo que había hecho. La familia de agricultores le dieron una bolsa de cuero con alimento para los dos días que le quedaban de camino y mil abrazos.
Tuvo tiempo de pensar en como se enfrentaría a su desaparición. Llevaba fuera de su casa casi un mes, y ninguna mentira podría salvarla, tendría que decir la verdad sean cual sean las consecuencias. También se arrepintió de no haber dejado una nota, sus pobres padres pensarían que alguna desgracia le había pasado, seguro que estarían muy tristes. Fue entonces, en el silencio de su caminar, cuando se dio cuenta de lo egoísta que había sido al pensar solo en ella y en que no se divertía.
Un replicar de campanas la sacó de su pensamiento. Que raro ¿Por qué tocaban así? ¿sería un día de fiesta?. Por todo el valle se repetía, campanario por campanario, oyéndose a kilómetros de distancia. Nunca había oído repicar las campanas de ese modo. Por el camino empezaron a pasar jinetes y carromatos a toda velocidad en dirección a la ciudad real. Aceleró el paso llena de curiosidad. En la plaza central, a las afueras del palacio, se congregaban gran cantidad de gente murmurando, con cara de preocupación. Como no veía nada se subió a un muro, y desde alli reconoció las caras de los titiriteros que se encontraban al otro lado de la plaza. Se acercó hasta ellos.
-¡Hola Alvaro! Que casualidad verte aquí.
-¿Que ha pasado?
-¿No lo sabes? Donde has estado muchacho, si no se habla de otra cosa desde hace días.
-Pero, ¿de qué?.
-La princesa Anabel desapareció hace un mes sin dejar ningún rastro. La noticia llegó a los oídos del Duque de Loridan, que se ha presentado con sus soldados exigiendo ser nombrado heredero al trono.
Anabel se quedó atónita. El Duque de Loridan era el gobernante de un reino vecino, conocido por su crueldad y su avaricia. En sus tierras todos los habitantes sufrían pobreza para que él fuera cada vez más rico. Era pariente lejano de sus padres, y al quedarse sin herederos le correspondería la corona. En ese momento recordó las palabras que su padre le repitió una y otra vez y a las que nunca hizo el menor caso: “Toda acción tiene una consecuencia”. Su estupidez al marcharse y desaparecer trajo como consecuencia que el Duque y su ambición intentaran quedarse con el reino. Ella actuó, pero no pensó en las consecuencias. Con razón estaba todo el mundo asustado y preocupado, la posibilidad de que ese truhan llegara al trono era para estarlo.
Sonaron las trompetas y las puertas del palacio se abrieron. La muchedumbre entró en la plaza de armas. En un entarimado alto se encontraban los reyes, rodeados de soldados del duque. Era delgado, más bien enjuto, de afilada nariz y pequeños ojos. Su pelo, ralo y escaso, caía por debajo de un gorro más grande que su cabeza. Se dirigió a la gente con una voz aflautada.
-¡HABITANTES DE SENOAL!. Hoy estoy aquí para ser nombrado heredero de mis queridos tíos. Es la única manera de que los reinos vecinos no ambicionen esta corona y entren en guerra por conseguirla. Firmando este documento la paz reinará.
En medio de un silencio sepulcral, desenrolló un pergamino que leyó:
-Por la presente, nombramos príncipe heredero del reino de Senoal, a nuestro sobrino Alejandro de Matamoscas, Duque de Loridan, y Conde de Patotan.
Dejó unos instantes de silencio para saborear sus propias palabras.
-¡FIRMAD!, gritó mientras les acercaba el pliego y una pluma.
-¡NO PUEDEN FIRMAR!, se oyó.
El Duque se dio la vuelta con los ojos inyectados en ira.
-¿Quien dijo eso?
-¡YO!
Un mozo subido a una carreta de titiriteros era el que chillaba.
-¡JA!, ¿y por qué un mozo afirma tal cosa?
-¡Por que la princesa esta viva!
Un murmullo creciente invadió toda la plaza. Los ojos de los habitantes del reino se clavaron en el mozo.
-¡SIIIiiiii!, dijo con sarcasmo el Duque, ¿y que pruebas puedes aportar de ello?.
-¡Por que la princesa Anabel soy yo!.
Se retiró el gorro de la cabeza y se deshizo el moño que mantuvo su melena recogida durante tantos días. La boca del usurpador se abrió como si fuera la de un asno.
-¡HIJA MIA!, gritó la reina.
-¡DETENED A ESA IMPOSTORA!.
Los ocho guardias que rodeaban a los reyes se dirigieron hacia Anabel con muy malas intenciones, pero Adela, la esposa del leñador se puso en medio de su camino. Antes de hablar miró a Anabel y la dirigió una sincera sonrisa.
-¿Que pasa? ¿que no vais a defender a vuestra princesa?
Faltó tiempo para que su marido e hijos saltaran a su lado, seguido de los titiriteros y la familia de agricultores. Tras ellos toda la gente reunida. Los soldados, que no se esperaban que tanta gente se enfrentaran con ellos, empezaron a retroceder, y antes de llegar a la tarima, su jefe, el cobarde Duque, ya galopaba hacía su reino a lomos de un brioso corcel, no fuera ser que sus “queridos” tíos lo metieran en una mazmorra.
Los abrazos y las lágrimas de alegría de los reyes y su hija levantaron los vítores de los súbditos, que después de pensar que serían gobernados por el pérfido personaje, descubrieron que su princesa, de la que apenas sabían nada por el excesivo celo, era una persona estupenda.
Anabel aprendió la lección, y nunca olvidó la frase que le repetía su padre “toda acción tiene su consecuencia”, pues su travesura pudo costar muy caro al reino, pero las buenas acciones y comportamiento en ese tiempo lo salvó.
Desde entonces el palacio siempre estuvo lleno de amigos de la princesa, y nunca más se aburrió.
LA PRINCESA ANABEL
LA PRINCESA ANABEL
La princesa Anabel era hija de los reyes del reino de Senoal, gobernantes apreciados por su pueblo. Eran muy importantes, pues el reino era muy rico gracias a los grandes campos de cereales con el que comerciaban con los vecinos. La princesa era su única hija, y temerosos de que algo la pasara, la cuidaban con exceso, pues reino tan poderoso no podía quedar sin heredera. Por este motivo no la dejaban jugar con otros niños, por si la contagiaban alguna enfermedad infantil, como la rubeola o la varicela, y para evitar que tuviera un accidente jugando, todas las semanas era visitada por los mejores médicos del reino, los más eruditos, que la hacían todo tipo de pruebas y la daban las medicinas más amargas que se pudieran probar.
Anabel era muy infeliz, es verdad que tenía las mejores muñecas, los más bonitos trajes y los dulces más apetitosos, pero nadie con quien compartirlos, se aburría mucho. Las damas que la cuidaban eran todas ancianas, la querían con locura, pero se les había olvidado jugar, demasiados años habían pasado desde que ellas fueran niñas.
Un día, viajando desde el palacio de invierno al de verano, su carroza cogió un bache y se le partió una rueda, por suerte nadie resulto herido. Los soldados de la escolta se pusieron a arreglarla, y mientras tanto, aburrida, se dio un paseo por la ribera de ese bonito río, claro esta, seguida de dos fornidos soldados que cuidaban de que nada le pasase.
A lo lejos se oía unas alegres risas que llamaron su curiosidad. Se veía un grupo de niños al fondo, con espadas hechas de madera, jugaban a las batallas, recibiendo y dando mamporros que soportaban entre grandes carcajadas. Algo más cerca, cuatro niñas se sentaban alrededor de una piedra sobre secos troncos de madera, y gesticulaban como si se estuvieran tomando el té. Una de ellas, con un vestido roído y sucio, unos increíbles ojos azules y grandes, y con toda la cara llena de churretes, se le acercó, y con voz muy dulce le preguntó.
-¡Hola!, soy Julia. ¿Quieres jugar con nosotras?
-¿A que jugáis?
-A la merienda de las princesas. Yo soy la Duquesa de Mermelada, ellas las Baronesas del Torcipie y del Gatocojo. La otra que mira con cara de importancia es la Baronesa del Nomedigas, se cree muy importante, pero no creas....
Se le escapó unas risitas, y con gran solemnidad declinó la invitación, pero se quedó un rato observando como disfrutaban con su juego imaginario. De camino al castillo, con el carruaje arreglado, no se podía quitar de la cabeza lo que vio. ¿Como era posible que unos niños tan necesitados fueran tan felices?. Por su aspecto no era solo ropa e higiene lo que necesitaban, estaban todos flacos. ¿Por que ella era tan infeliz teniendo tanto?. Les envidió, se sintió culpable de hacerlo, pero no lo pudo evitar.
Una idea empezó a fraguar en su mente. Cuando fuera algo más mayor tendría que aceptar su responsabilidad como princesa, y después como reina. Ya no tendría tiempo de divertirse y de probar esa vida que tanto deseaba, al menos por una vez. Lo preparó todo, y una noche, burló al guardia de la puerta escapando por un pasadizo secreto que recorría todo el palacio. Como no tenía con quien jugar se entretenía descubriendo los rincones, escapando y volviendo locas a sus nanas, y así, de casualidad, lo encontró. Por él bajó a la lavandería, que en esos momentos de la noche estaba vacía, y cambió sus ropajes por las de un mozo, recogiéndose la melena en un moño y disimulándola debajo del amplio gorro que llevaban estos chicos. Por el mismo pasadizo salió a una puerta falsa que daba a la plaza Central, encontrándose, por primera vez en su vida, sola, y con todo su reino por delante. La felicidad saltaba en su pecho.
Empezó a andar en dirección al río donde encontró a los niños, su intención era jugar con ellos y regresar antes de que se hiciera de noche, pero se confundió de camino y se perdió, estaba tan acostumbrada a que la llevaran... Pasaron las horas, y el cansancio hizo
mella en sus piernas, le dolían demasiado. Se sentó en la vera de un camino, y su estomago rugió. Nunca antes había sentido hambre, y la sensación le resultó muy desagradable, no había tenido la precaución de llevarse algo de la despensa, pues solo quería estar unas horas afuera. Se quedó medio dormida apoyada sobre una dura piedra, cuando el ruido de una carreta la despertó. Estaba cayendo la tarde, y con la poca luz casi no los distinguía, tardó un rato en enfocar la vista. ¡Eran titiriteros!.
-Hola chaval. ¿Que haces aquí solo?
-Es que...me escapé de la casa donde trabajaba y me he perdido.
-Me imagino que tendrás hambre ¿no?
-Mucha señor.
-Nosotros acamparemos dentro de un rato, si quieres venirte con nosotros podrás comer algo y calentarte en el fuego.
-Se lo agradecería mucho señor.
-Hay que ver que bien educado estas. ¿Como te llamas?
-Eh...Alvaro señor.
-Pues don Alvaro, invitado está.
Una hora después montaron su campamento. La alegría y las bromas corrían por todos sus rincones. Se notaba que eran felices a pesar de las estrecheces y penurias que seguro pasarían. El enano saltimbanqui era el más gracioso de todos, sus chascarrillos hacían reír a la mujer barbuda, que aunque seria, no hacia más que preocuparse por el bienestar de los demás. El payaso se encargaba de hacer la cena, tenía muy buena mano para los estofados, y el tragafuegos de ayudarle. Manuel era el jefe de pista, y a la vez el mago, con sus trucos con cartas, bolas y pañuelos deleito un buen rato a Anabel. El malabarista, contó unas historias de amor que produjo suspiros, y la trapecista, cantó hermosas canciones con una aguda y afinada voz. Anabel se puso al lado de una chica muy guapa, demasiado delgada y con una sonrisa preciosa, se presentó como Esther.
-¿Y tú que haces Esther?
-Soy la caballista, trabajo con nuestros dos caballos, Mauro y Santal, hermosos caballos jerezanos que hacen verdaderas maravillas, y también les monto haciendo equilibrios sobre ellos.
-Que bonito debe ser.
-Si, a mi me gusta mucho, aunque en unos días no lo podré hacer, tropecé tontamente cruzando el río y me hice daño en un tobillo, aun lo tengo hinchado. Nos vamos a quedar aquí acampados unos días para ensayar el espectáculo, tenemos una actuación muy importante dentro de una semana en la ciudad de Florestan. ¿Te gustaría mañana montar en Mauro y Santal?. Bueno, si no tienes prisa por irte claro.
La cara de Anabel se iluminó. Desde la ventana de su habitación se veía a los mozos aprender a montar, y siempre deseó ser uno de ellos. Se imaginaba encima de esos magníficos y hermosos animales galopando por la campiña, pero claro, sus padres se lo tenían prohibido por que era peligroso. Esther sonrió y comprendió la ilusión que le hacía.
A la mañana siguiente montó en los equinos, y se le dio de maravilla, estos la obedecían sin rechistar, agradecían la suavidad de sus movimientos, al contrario de lo que sucedía con la mayoría de las personas. Animada por la experiencia se atrevió ha realizar alguna de las acrobacias que hacía Esther, las más sencillas, como galopar de rodillas y de pie sobre el lomo de Mauro, o aguantar en la silla de Santal mientras este andaba sobre las dos patas traseras.
-Es increíble lo bien que se te da. Te propongo un trato, ¿te atreverías a actuar con nosotros en Florestan?, yo desde el suelo te dirigiré para que estés tranquilo.
Tan entusiasmada estaba que aceptó sin pensárselo y sin tener en cuenta la preocupación que embargaría a sus padres.
Una semana más tarde se encontraba en la plaza del mercado de la ciudad, rodeada de los habitantes que disfrutaban del espectáculo. Ella realizó sus acrobacias a la perfección, arrancando un fuerte aplauso y muchos vítores. Al bajar todos querían estrechar la mano del caballista. Era algo nuevo para ella, en palacio nadie hubiera osado en tratarla así.
Cuando terminó la función, con todo el dolor de su corazón, se despidió, uno a uno, de todos, dándoles un fuerte abrazo. Tomó el camino de vuelta, pero como en la vez anterior, se perdió.
-¿Que te pasa chico?, le dijo un alto y fuerte leñador que cortaba un tronco caído al lado del camino.
-Me perdí, iba de Florestan a la ciudad real y no se como aparecí por aquí.
-Le pasa a todo el mundo, se despistan en el cruce de caminos . Se esta haciendo tarde y por aquí no hay donde pasar la noche. Ayúdame, hoy dormirás en mi cabaña.
Recogió las ramas que le dijo y con una cuerda le preparó una hoz de leña. Pesaba mucho, pero aguantó todo el sendero. A la salida de él, apareció una bonita casa, toda de madera, y una chimenea de la que subía una columna de humo. Olía a un guiso estupendo, otra vez el hambre le hacía rugir su estómago. Al entrar le recibió su simpática esposa, Adela, y sus siete hijos, tres chicas y cuatro chicos, repartidos por todas las edades.
-¿Tienes mucha prisa por llegar a tu destino?. Si te vas mañana te volverás a perder, pero dentro de una semana mi hijo mayor va a la ciudad de Verin para vender la leña que hemos acumulado, desde allí te señalará el camino directo hacia la ciudad real.
Sopesó lo que Ramón, el leñador, le había dicho. Era otro retraso, pero mejor eso que perderse de nuevo. Hasta ahora había tenido suerte y había encontrado quien le ayudase, pero la próxima vez...quien sabe. Aceptó. A la mañana siguiente la llevaron al bosque para que les ayudara, jamás había trabajado y desde luego comprobó lo duro que era. Le dolía hasta el último músculo de su cuerpo. Por la noche contaban historias y Ramón, con su ronca voz, recitaba poemas que aprendió a lo largo de los años, pero los ojos se le cerraban del cansancio, y se durmió. Ninguna noche consiguió aguantar hasta el final.
Cuando llegó el día, se despidió y se abrazó
con todos, les había cogido mucho cariño, eran buenas personas, trabajadoras y amables. Por lo único que se alegró fue por el dolor de manos que tenía de manipular la leña. En unas horas llegaron a Verin, y Arturo, el hijo mayor, se despidió de ella con un fuerte abrazo que casi la aplasta, pensando que era un chico.
Siguió el camino indicado, pero el cielo empezó a ponerse negro, cada vez más negro, y una terrible tormenta estalló. A lo lejos distinguió una casa de un labrador, escondida en medio de los trigales. Salió corriendo, y cuando llegó llamó a la puerta. Una mujer de dulce rostro le abrió.
-¡Madre mía! ¡Te has puesto hecho unas sopas!. Pasa, pasa, y siéntate delante del fuego mientras te saco algo con que secarte.
Aurora, que así se llamaba la mujer, le dio un cuenco de sopa calentita, mientras su marido, Santiago, avivaba el fuego de la chimenea. Una vez repuesta y con ropas secas observó que el matrimonio tenía cara de tristeza.
-¿Les pasa algo?
-Ay hijo, que la vida del labrador es muy dura. Mañana tenemos que empezar a recoger el trigo, antes de que vengan más tormentas como esta y nos arruine la cosecha, pero nos faltan manos. Mis dos hijos están en cama con fiebre debido a una epidemia de gripe que asoló la región. Hemos pedido ayuda a los vecinos, pero la mayoría de ellos están igual.
Anabel pensó un momento. Esta amable gente necesitaba ayuda, y no podía dejar de ofrecérsela.
-Yo nunca trabajé la tierra, pero si quieren puedo ayudarles.
-Muchas gracias Alvaro, otras dos manos nos vendrá muy bien.
A la mañana siguiente, apenas el sol tocó el horizonte, empezaron la faena. Seis vecinos vinieron a segar, uno era carpintero, otro zapatero, de otro se decía que era tendero, pero todos se acercaron para ayudar a sus amigos, sin más contra prestaciones que la comida y su cariño.
Los tres primeros días se dedicaron a cortar el cereal con la hoz y dejar las gravillas en el suelo. Terminaba tan cansada Anabel, que al terminar, ya echada la noche, caía rendida en el jergón sin tan siquiera cenar. Cuando por fin acabaron con todo el campo, se dedicaron a trillarlo, pasando un trineo de madera con piedras afiladas en su panza, tirado por caballos. Y para terminar lo ventaron, nunca le picó tanto el cuerpo como esos días. Con una horca lanzaban al aire todo lo trillado, el ligero viento se llevaba la paja y dejaba caer el grano al suelo. Esa paja se metía por todos lados, en tres días todo el mundo se rascaba sin cesar.
Retomó su camino satisfecha por lo que había hecho. La familia de agricultores le dieron una bolsa de cuero con alimento para los dos días que le quedaban de camino y mil abrazos.
Tuvo tiempo de pensar en como se enfrentaría a su desaparición. Llevaba fuera de su casa casi un mes, y ninguna mentira podría salvarla, tendría que decir la verdad sean cual sean las consecuencias. También se arrepintió de no haber dejado una nota, sus pobres padres pensarían que alguna desgracia le había pasado, seguro que estarían muy tristes. Fue entonces, en el silencio de su caminar, cuando se dio cuenta de lo egoísta que había sido al pensar solo en ella y en que no se divertía.
Un replicar de campanas la sacó de su pensamiento. Que raro ¿Por qué tocaban así? ¿sería un día de fiesta?. Por todo el valle se repetía, campanario por campanario, oyéndose a kilómetros de distancia. Nunca había oído repicar las campanas de ese modo. Por el camino empezaron a pasar jinetes y carromatos a toda velocidad en dirección a la ciudad real. Aceleró el paso llena de curiosidad. En la plaza central, a las afueras del palacio, se congregaban gran cantidad de gente murmurando, con cara de preocupación. Como no veía nada se subió a un muro, y desde alli reconoció las caras de los titiriteros que se encontraban al otro lado de la plaza. Se acercó hasta ellos.
-¡Hola Alvaro! Que casualidad verte aquí.
-¿Que ha pasado?
-¿No lo sabes? Donde has estado muchacho, si no se habla de otra cosa desde hace días.
-Pero, ¿de qué?.
-La princesa Anabel desapareció hace un mes sin dejar ningún rastro. La noticia llegó a los oídos del Duque de Loridan, que se ha presentado con sus soldados exigiendo ser nombrado heredero al trono.
Anabel se quedó atónita. El Duque de Loridan era el gobernante de un reino vecino, conocido por su crueldad y su avaricia. En sus tierras todos los habitantes sufrían pobreza para que él fuera cada vez más rico. Era pariente lejano de sus padres, y al quedarse sin herederos le correspondería la corona. En ese momento recordó las palabras que su padre le repitió una y otra vez y a las que nunca hizo el menor caso: “Toda acción tiene una consecuencia”. Su estupidez al marcharse y desaparecer trajo como consecuencia que el Duque y su ambición intentaran quedarse con el reino. Ella actuó, pero no pensó en las consecuencias. Con razón estaba todo el mundo asustado y preocupado, la posibilidad de que ese truhan llegara al trono era para estarlo.
Sonaron las trompetas y las puertas del palacio se abrieron. La muchedumbre entró en la plaza de armas. En un entarimado alto se encontraban los reyes, rodeados de soldados del duque. Era delgado, más bien enjuto, de afilada nariz y pequeños ojos. Su pelo, ralo y escaso, caía por debajo de un gorro más grande que su cabeza. Se dirigió a la gente con una voz aflautada.
-¡HABITANTES DE SENOAL!. Hoy estoy aquí para ser nombrado heredero de mis queridos tíos. Es la única manera de que los reinos vecinos no ambicionen esta corona y entren en guerra por conseguirla. Firmando este documento la paz reinará.
En medio de un silencio sepulcral, desenrolló un pergamino que leyó:
-Por la presente, nombramos príncipe heredero del reino de Senoal, a nuestro sobrino Alejandro de Matamoscas, Duque de Loridan, y Conde de Patotan.
Dejó unos instantes de silencio para saborear sus propias palabras.
-¡FIRMAD!, gritó mientras les acercaba el pliego y una pluma.
-¡NO PUEDEN FIRMAR!, se oyó.
El Duque se dio la vuelta con los ojos inyectados en ira.
-¿Quien dijo eso?
-¡YO!
Un mozo subido a una carreta de titiriteros era el que chillaba.
-¡JA!, ¿y por qué un mozo afirma tal cosa?
-¡Por que la princesa esta viva!
Un murmullo creciente invadió toda la plaza. Los ojos de los habitantes del reino se clavaron en el mozo.
-¡SIIIiiiii!, dijo con sarcasmo el Duque, ¿y que pruebas puedes aportar de ello?.
-¡Por que la princesa Anabel soy yo!.
Se retiró el gorro de la cabeza y se deshizo el moño que mantuvo su melena recogida durante tantos días. La boca del usurpador se abrió como si fuera la de un asno.
-¡HIJA MIA!, gritó la reina.
-¡DETENED A ESA IMPOSTORA!.
Los ocho guardias que rodeaban a los reyes se dirigieron hacia Anabel con muy malas intenciones, pero Adela, la esposa del leñador se puso en medio de su camino. Antes de hablar miró a Anabel y la dirigió una sincera sonrisa.
-¿Que pasa? ¿que no vais a defender a vuestra princesa?
Faltó tiempo para que su marido e hijos saltaran a su lado, seguido de los titiriteros y la familia de agricultores. Tras ellos toda la gente reunida. Los soldados, que no se esperaban que tanta gente se enfrentaran con ellos, empezaron a retroceder, y antes de llegar a la tarima, su jefe, el cobarde Duque, ya galopaba hacía su reino a lomos de un brioso corcel, no fuera ser que sus “queridos” tíos lo metieran en una mazmorra.
Los abrazos y las lágrimas de alegría de los reyes y su hija levantaron los vítores de los súbditos, que después de pensar que serían gobernados por el pérfido personaje, descubrieron que su princesa, de la que apenas sabían nada por el excesivo celo, era una persona estupenda.
Anabel aprendió la lección, y nunca olvidó la frase que le repetía su padre “toda acción tiene su consecuencia”, pues su travesura pudo costar muy caro al reino, pero las buenas acciones y comportamiento en ese tiempo lo salvó.
Desde entonces el palacio siempre estuvo lleno de amigos de la princesa, y nunca más se aburrió.
SANDRA Y LA BRUJA JULIA
SANDRA Y LA BRUJA JULIA
Sandra era una adorable niña de rubios rizos y dulce sonrisa que vivía en el reino de Verdes Cordilleras. Su mayor diversión era pasear por el campo y sacar cortas poesías de todo lo bello que veía:
Rosa roja que floreces
de tus pétalos hermosa
belleza tan ambiciosa
que de placer falleces.
Se fue haciendo famosa, pues sus poemas deleitaban a cuantos la oían. Nunca decía un “no” cuando alguien le pedía que le compusiese algunos versos. Era muy querida en toda la región. Su fama fue creciendo, más y más, y traspasó las fronteras del reino a Monte Podrido, un mundo regido por una malvada bruja, Julia, que oprimía a sus súbditos, sin dejarles disfrutar de las cosas bellas de la vida. Un campesino recitaba una de las poesías de Sandra mientras araba sus campos.
Cielo que azul resplandeces,
azul limpio, azul celeste,
acompaña mi recitar
para no encontrarme solo
en tan bonito lugar.
-¿De donde sacaste esa cosa tan horrible?
El pobre campesino, al ver a la terrible bruja, se hecho a temblar.
-Ma..magestad, no...no lo sé, lo oí por ahí...
-¡Dímelo!, o te expulsaré de mi reino, convertido en un grosero cerdo, claro.
-Creo que en el reino de Verdes Cordilleras hay una niña llamada Sandra que compone poemas muy boni...digo, esas horribles cosas.
La bruja volvió a su tétrico palacio para alivio del agricultor.
-Maldita niña, si empiezan a llegar a oídos de mis esclavos esas poe...¡Ag!..sías todo mi trabajo, la labor de una vida, intentando crear el reino más oscuro del mundo, podría fracasar. ¡Tengo que evitarlo!
Voló en su escoba hacia Verdes Cordilleras, el odio, la rabia y la envidia abonaban su soberbia. Sin conocer de nada a Sandra solo la deseaba el mal.
Al llegar preguntó a mucha gente, pues no sabía el aspecto que tenía la niña. La mayoría se asustaban al ver el aspecto de Julia, la enorme nariz coronada por una gran verruga, ese pelo desmadejado y sucio, la boca con pocos dientes, y la mala educación ayudaba, así que, con un hechizo, transformó su aspecto. La gente empezó a indicarla, pero aun así, por sus modales, no se fiaban mucho.
Llegó al final a la aldea de Sandra y se puso a seguirla, todos la sonreían y la daban los buenos días, eso la ponía enferma, se le retorcían las tripas como si fuera un yo-yo. La niña entró en una tienda, y la malvada reina aprovechó para, haciéndose invisible con su pata de cuervo mágica, meterla en el bolsillo un colgante de plata.
-¡La ha robado algo! ¡Yo lo he visto!
-¿Sandra robarme algo? Usted se debe confundir.
-La he visto meterse algo en ese bolsillo.
Sandra, con cara de asombro, se metió la mano y sacó el colgante. Su cara se puso roja como un tomate.
-Yo...lo siento señora Luisa, no sabía que en el bolsillo...no se como llegó hasta aquí.
Bajo la cara con lágrimas en los ojos.
-Vamos Sandra, no llores, ya sé que tú no lo has cogido, si te he ofrecido mil veces regalos por componerme esas bonitas poesías que tanto me gustan y nunca has aceptado nada. Se habrá caído por casualidad. Vamos hacer una cosa, considéralo un regalo, así es imposible que lo hayas cogido.
-Muchas gracias Señora Luisa.
Julia rabiaba y porfiaba escondida detrás de un gran roble al que, llevada por la ira, soltó una gran patada.
-¡Ay! ¡Ay! Maldito árbol, cuando me apodere de este reino te haré talar, que daño me hice en el pie.
Cambió de aspecto para no ser reconocida y siguió en su empeño.
Sandra pasó junto a una niña pequeña que estaba al borde de una acequia de sucias y lodosas aguas. Volvió a tocar su pata de cuervo mágica, y haciéndose invisible y empujó a la criatura.
-¡La ha empujado la niña de rizos rubios! Yo la he visto.
El padre sacó a su hija del lodazal consolándola por el susto y por la porquería que tenía en su traje nuevo. La pobre no paraba de llorar.
-¿Sandra empujar a Matilda?. Usted se confunde señora.
-Yo lo he visto.
-Le digo que se confunde. Cuando mi hija estuvo mala hace unos meses Sandra la cuido como si fuera su hermana.
Sandra bajo la cabeza y ya se le saltaban las lágrimas, todavía andaba muy sensible por la vergüenza pasada en la tienda.
-Pero tú no llores por lo que diga la mujer esta. Anda toma esta moneda y ves a comprarte una golosina para que se te pase la sofoquina. ¡Y usted! Haga el favor de marcharse a molestar a otro lado.
Se fue detrás de unos cobertizos, donde pudo chillar y golpear todo lo que quiso sin que la viera nadie.
-¡Maldita! ¡MALDITA!, no lo puedo creer. ¿En Verdes Cordilleras son todos tontos?. No se va a salir con la suya, conseguiré que la odien, si, que la ¡ODIENNNNN!
Sandra llegó a la granja del señor Antonio, que estaba de camino a su casa, y pasó a saludarlo. Julia, tocó de nuevo su pata de cuervo mágica y se transformó invisible. Se acercó donde estaban los animales y abrió todas los portones. Cerdos, ovejas, vacas, conejos, gallinas y pavos se espantaron de la bruja y se esparcieron por todo el campo.
-Yo he visto a la niña abrir todas las puertas y espantar a los animales.
-¿A Sandra?
-¡Si! A esa niña.
-Usted se confunde señora.
-¡Yo la he visto!
-Usted podrá ver lo que quiera señora, pero para mi que esta mintiendo, no se por qué, pero esta mintiendo. Sandra me ayuda todas las mañanas con los animales, y nunca me pide nada, así que dudo mucho que hiciera algo así. Anda Sandra, entra conmigo a tomar un poco de pastel de chocolate. ¡Y USTED ABANDONE MIS TIERRAS DE INMEDIATO!.
Toda la cabeza se le puso de un rojo intenso mientras veía que entraban en la casa. No podía entender el aprecio que la tenía todo el mundo. Volvió a tocar su pata de cuervo mágica para volverse invisible dispuesta a colarse en la casa y hacer una barbaridad, la rabia la estaba volviendo aún más loca.
-¡GRRRRRRRR! ¡GRRRRRRRR!
Un gruñido se oyó a su espalda, al volverse vio el enorme perro del granjero. No la podía ver, pero su fino olfato le decía que una intrusa intentaba colarse en la casa.
-No bonito, tranquilo, si ya me voy.
El animal arrancó a correr y la bruja no se lo pensó. Se levantó las faldas y a grandes zancadas salió como un rayo en dirección a los prados. Pasó a paso el perro se acercaba más. Soltó una dentellada que rozó el trasero de Julia. Dos zancadas más adelante el suelo le faltó bajo los pies y cayó en un profundo y oscuro pozo. Tucón, el enorme perro, se asomó con el cinturón de la malvada en la boca, donde colgaban la pata de cuervo mágica, la varita y unas pequeñas bolsas con otros objetos mágicos. Empezó a gritar pidiendo ayuda, pero el granjero, al oír los gritos y no ver a nadie, le entró miedo y cerró el pozo con unos largos listones de madera.
Los habitantes de Monte Podrido, según pasaron los días sin ver aparecer a la malvada reina, fueron huyendo a Cordilleras Verdes, donde no tenían que aguantar tanta maldad y despotismo.
Nunca más se supo nada de la bruja, y Sandra siguió componiendo esos bonitos versos para el deleite de sus vecinos.
Y colorín colorado, este cuento, aún no ha acabado.
JOSE MARIA Y LOS PIRATAS DE LA ISLA CORAL
JOSE MARIA Y LOS PIRATAS DE LA ISLA CORAL
Olmedo era una bonita ciudad de la costa norte. Distaba a tan solo una jornada de Salamar, el mayor puerto de todo el país. Allí, diariamente, entraban y salían barcos con todo tipo de mercancías. Era una ciudad rica y muy bien amurallada, con infinidad de cañones en su fortificación que la defendían de la codicia de los terribles piratas que moraban en esas aguas. Olmedo era un puerto menor, pero a pesar de ello el tráfico marítimo era considerable, llevando el bienestar a sus habitantes.
José María vivía con sus tíos; Elvira, una dulce mujer que le quería con locura, y Sebastián, sargento de la guardia de la ciudad. Desde muy pequeño, al salir de la escuela, su tío le enseñaba el arte de la esgrima. En el patio trasero de la casa tenían dos espadas de madera con las que practicaban. Se le daba muy bien.
-¿Cuando entrenaremos con espadas de verdad?
-Más adelante. Utilizar espadas de verdad es muy diferente de hacerlo con estas de madera. Cualquier error puede suponer una seria herida o una desgracia. Tienes que dominar por completo la esgrima.
Sabía que su tío tenía razón, era admirado por su dominio de la espada hasta tal punto, que también enseñaba a los hijos del capitán y del gobernador, aunque siempre le dijo que él era su alumno más aventajado. Una noche de primavera, cuando todo el mundo dormía, se oyó un cañonazo. José María saltó de la cama. ¿Que podría ser?. De inmediato las campanas de todas las torres empezaron a tocar alarma. Al poco tiempo, los cañonazos cubrieron la ciudad. Un soldado llegó jadeante a la puerta buscando a Sebastián.
-¡LOS PIRATAS! Nos atacan los piratas. Creo que es Cara de Palo.
¡CARA DE PALO! El pirata más sanguinario de todos los mares. Le llamaban así por que su cara nunca expresaba nada, parecía esculpida en madera. Su tío, que ya se había vestido a trompicones, salió corriendo junto al soldado.
En ese momento José María se dio cuenta que la espada de su tío colgaba del gancho de la pared ¡Se le había olvidado! Sin pensárselo dos veces la descolgó y salió a la calle para llevársela. Las bombas caían por todos lados entre estruendos y humaredas. Se metió entre callejuelas sintiéndose así más protegido. Notó una explosión por encima de su cabeza y al mirar hacia arriba vio como se le derrumbaba un balcón encima. Una de las piedras le golpeó en la cabeza y perdió el conocimiento. Cuando se despertó el puerto estaba lleno de piratas que asaltaban los almacenes, robando todo aquello que se ponía a su alcance. Tuvo miedo, y hecho a correr con el paso un poco tambaleante. Vio amarrado el “Navegador”, uno de los bergantines que se utilizaban para la defensa de la ciudad. Subió a bordo trepando por la maroma y buscó donde esconderse. No encontraba un sitio seguro, cuando una explosión hizo que el barco se moviera hacia los lados. En ese momento se encontraba en el camarote de mando y rodó por el suelo al caer con el vaivén, chocando con una trampilla oculta que se abrió con el golpe. “Lo tendrá para esconder algo”. Se metió y cerró la puerta. Cada vez se oía menos ruido, pero no se atrevía a salir. Oyó unos pasos en cubierta y contuvo la respiración. Tres hombres entraron en la sala.
-¿Y para que quiere Cara de Palo este bergantín?. Nuestras fragatas son mucho mejores.
-A mi no me digas nada, me ha ordenado llevarlo a nuestra guarida. Como es más lento tendremos que ir solos.
-Pero Pelorata, como nos crucemos con la armada real estamos perdidos.
-Pues si quieres vas y se lo dices a Cara de Palo.
-No, no...si yo solo digo....
-No dices nada. Embarca ahora mismo todos los víveres y agua necesarios para hacernos a la mar de inmediato.
Se había metido en la cueva del lobo él solo. Tres semanas duró la travesía. En el camarote dormía Pelorata que hacía las veces de capitán. Menos mal que tenía un profundo sueño, acompañado por unos ronquidos estruendosos. José María no entendía como no le oía toda la flota real. Al caer la noche abandonaba su escondrijo y se acercaba a la cocina para coger comida y agua. Algún día se arriesgó a salir a cubierta, intentando eliminar de su nariz el horrible olor que invadía el barco, estos piratas no solo huían de la justicia, también del jabón. Por fin avistaron tierra, era su guarida, la isla del coral, llamada así por estar rodeada de un duro coral capaz de rasgar la quilla de cualquier barco. Solo los piratas conocían el camino que debían coger sin naufragar. Cuando llegaron a puerto todos se aplicaron en bajar las mercancías robadas. En ese momento José María salió de su escondrijo y bajó del barco, no sin antes haber cogido el mapa que Pelorata había dejado sobre la mesa e indicaba el camino a seguir sin chocar.
Al principio se escondía temeroso de que le cogieran prisionero, pero al poco pudo comprobar que nadie reparaba en él. La isla estaba llena de malandrines, de todas las calañas, y nadie se imaginó que podía haber desembarcado un polizón. Llegó la noche, y se refugió bajo las velas de una falúa que varaban en la playa. Pertenecía a un pescador, el olor era inconfundible, pero al menos se sentía seguro. Al amanecer le despertó el sonido de las velas al correrse, pegó un pequeño salto del susto, y encontró un hombre delgado, de pelo y barba cana, con ojos tristes y cansados, que le miraba fijamente. Corrió temiendo por él, pero el pescador se limitó a seguirle con la mirada. La siguiente noche volvió a refugiarse en la falúa, y la escena se repitió, y comprendió que aquel hombre no tenía la intención de hacerle ningún daño. Una mañana cruzaba descuidado unos callejones, cuando sintió un golpe en la cabeza, seguido de un caldo pegajoso y caliente que corría por su cuello, le habían tirado un tomate pocho.
-¿Donde va dulce damisela?. ¿Quiere la compañía de este caballero?.
Se giró y vio a un chaval de su edad, pero enorme. Debía de pesar el doble que él. Tenía la cara llena de pecas, y una fuerte cabellera pelirroja.
-¡Machácale cabeza de fuego!
-¡Que se arrodille y pida clemencia!
-Ja ja ja ja ja, dale fuerte Juan.
El gigantón se acercaba a él decidido a darle una paliza. Vio unas espadas de madera apoyadas en la pared, seguramente para ejercitarse, y se le ocurrió una idea
-¿Que pasa?, ¿que como no sabes usar la espada quieres machacarme con tus manos?.
Las risas de sus compinches le pararon. Miró las dos espadas y afirmó con la cabeza. Le lanzó una de ellas a José María.
-Prepárate a recibir la paliza de tu vida.
Sin decirle nada más levantó la espada y soltó un golpe con todas sus fuerzas. José María, que estaba preparado para su defensa, lo paró a duras penas. Juan miró con satisfacción que su contrincante le costaba aguantar su potencia, así que soltó otro golpe igual, pero esta vez le cintó el golpe, y al perder el equilibrio hacia delante se encontró con un fuerte espadazo en las posaderas. Todos reían como locos viendo a su jefe en esa tesitura. Lleno de ira se encaró de nuevo. En ese momento todos comprendieron por qué le llamaban cabeza de fuego. Tenía la cara colorada como un tomate de la rabia, que junto a las pecas y el pelo le daban un aspecto de tea encendida. Le envió un mandoble a la derecha y otro a la izquierda, pero antes de llegar el último recibió una fuerte estocada en el vientre que le hizo doblarse y soltar un gemido de dolor. Sin recuperar el resueño le tiró una estocada que paró sin problemas, y al tirar una segunda le esquivó, llevándose un tremendo golpe con el canto de la espada en la boca y cayendo de bruces sobre un pestilente charco. José María, prudente, se escabulló antes de que se volviera a levantar. Robó un sombrero de ala ancha con una vistosa pluma, una capa de cuello alto, y unas botas a media caña. Con esto y la espada de madera al cinto simulando que era de verdad, parecía un pirata auténtico. No quería encontrarse de nuevo con esos chicos, bastante suerte había tenido ya.
A los pocos días, mientras buscaba comida, vio a la pandilla de Cabeza de fuego, y para evitar males mayores, se metió sin pensarlo en un almacén. Miraba para atrás cuando chocó con un pirata grande y barbudo.
-Venga hombre, que llegas tarde, como se entere el capitán te va a colgar de los pulgares en el palo mayor.
Sin darle tiempo a reaccionar le empujó para adentro. El almacén estaba vacío de mercancías, y en su lugar se encontraban un centenar de piratas. Al que estaba de pie sobre una silla hablando lo reconoció de inmediato, con esas facciones solo podía ser Cara de palo.
-Como sabéis tengo una cuenta pendiente con Salamar, dijo mientras señalaba el parche sobre su ojo, ha sido el único puerto que se me ha resistido, pero eso va a cambiar. Tengo un plan que no puede fallar. Un murmullo recorrió la estancia entre pequeñas risas, todos conocían la astucia de su jefe y sus ganas de venganza. -Dentro de cinco semanas habrá luna nueva y la noche se hará muy oscura. Enviaremos por delante al bergantín que robamos en Olmedo, entrará en la bahía y empezará a disparar. Llevará todas las lámparas encendidas, pero no le reconocerán.
-Pero...entonces lo destrozaran enseguida, ese barco no puede hacer nada contra sus defensas.
-Y eso precisamente es lo que quiero. Lo cargaremos de pólvora húmeda, y en cuanto estalle provocará una densa humareda que envolverá toda la bahía.
-¿Y para qué?
-Por qué nosotros estaremos con nuestras tres fragatas y todas las luces apagadas, y cañones de más alcance atrás, disparando y protegidos por la niebla.
-Perdone capitán, pero ellos no os verán, pero nosotros a ellos tampoco. ¿Como vamos a saber donde disparar?
-Dentro de unos días partirá otra nave mercante desde nuestra isla a Salamar. Lo pilotarán hombres que no tengan aspecto de piratas. Llevarán barriles de aceite para vender, pero realmente esos barriles los colocarán esa noche en tres puntos concretos. Al lado del polvorín, del cuartel, y de la residencia del gobernador. Los prenderán fuego. Ellos no nos podrán ver, pero nosotros veremos el resplandor de las llamas y sabremos donde disparar.
Tardaron un rato en asimilar el plan, la inteligencia no les daba para más. Cuando lo hicieron empezaron a vociferar y dar palmadas y risotadas. José María aprovechó el alboroto para salir sin ser visto. Su cabeza daba vueltas como una noria. ¡Como se podía ser tan malvado! ¿Que podría hacer él?. Mucha gente inocente dependía de que les avisara, pero...¿Como abandonaría la isla?. ¡El mapa! ¡Había guardado el mapa que le quitó a Pelorata!. Podría volver de polizonte en el mercante que iban a enviar, pero sería difícil colarse otra vez y desbaratar el plan. Y otro barco...¡LA FALÚA! ¿Querría el pescador ayudarle? No se parecía a ningún pirata, pero tampoco huía de la isla. Decidió que esa madrugada le esperaría y hablaría con él. Se acurrucó en el barquito como todos los días. Vigilaba por una pequeña rendija entre las velas cuando vio la flaca figura de su dueño. Al descorrerlas fue él quien se sorprendió al comprobar, que el chiquillo que desde hacía días dormía en su barco, no salió corriendo.
-¿Es usted un pirata?
Una sonrisa se le escapó sin poder evitarlo enseñando su mellada dentadura.
-No hijo, yo solo soy un pescador.
-Y teniendo una falúa... ¿por qué no ha escapado?
-Por que para hacerlo tendría que conocer el camino por donde se puede salir. Una pequeña corriente arrastraría mi barco hasta los corales y moriría ahogado.
-¿Y si yo supiera el ese camino?
-La entrada hacia el puerto esta siempre vigilada, nada entra ni sale sin que lo sepan.
-Pero hay otra salida en la parte oeste de la isla.
-¿Otra salida?, nunca oí algo semejante.
-Pues la hay, mire.
Sacó el mapa y se lo enseñó. “Era cierto”, murmuró, “Cara de palo tiene una salida secreta”. Hacía años una gran escuadra real intentó atacar la isla para acabar con los piratas. Como no conseguían entrar decidieron cerrar la salida y sitiarlos. Una noche aparecieron varios barcos de Cara de palo por detrás de la escuadra y los bombardearon a placer. Intentaban maniobrar para defenderse, pero chocaban sin remedio contra el coral destrozando sus quillas. Fue un desastre. Nadie sabía como lo había hecho, pero se dijo que pactó con el diablo. Los piratas son muy supersticiosos y ninguno dudo de que era cierto. La armada real no volvió a intentarlo. Le contó todo lo que oyó en ese almacén.
-Saldremos al amanecer. Tengo que aprovisionar alimentos para el viaje.
Y así fue. A la mañana siguiente salió a faenar como siempre, pero se acercó más de lo normal al coral, y siguiendo las instrucciones del mapa se adentraron mar a dentro. El camino de regreso fue más cómodo que el de ida. José María no tenía que aguantar el horrible olor que desprendían los piratas. Allí le contó Alfonso, que era como se llamaba el pescador, que fue hecho prisionero, hacía ya nueve años, mientras trabajaba. Para conservar su vida accedió a conseguirlos el pescado, y desde entonces añoraba su pueblo y su familia. El viento les era favorable, y la navegación fue tranquila. Al las pocas semanas, tostados por el sol, llegaron a Salamar, que se abrió ante sus ojos como el paraíso. Buscaron de inmediato al sargento de guardia, y cual no sería su sorpresa cuando se le presentó su tío.
-¡José María!. Creíamos que te habían secuestrado los piratas.
-¿Pero que haces aquí? ¿Y la tía?
-A la tía la he enviado al interior junto a su hermana, la pobre estaba destrozada por tu desaparición. Y a mi me han traido a este destino, Olmedo terminó arrasado y lo están reconstruyendo. Pero a ti ¿que te pasó?.
-Vamos a un sitio tranquilo, te tengo que contar muchas cosas.
Cuando terminó de relatarle todo lo vivido reflexionaron un rato, era la oportunidad que esperaban para acabar de una vez por todas con esos indeseables. Se reunieron con el capitán de la guardia y con el gobernador. Ambos se mostraron satisfechos del plan concebido. Apostaron a José María en una ventana de la aduana del puerto, todo dependía de que reconociera a alguno de los malvados enviados para llevar los bidones de aceite y prenderlos antes de que prepararan el ataque. Pasaron las horas, y algunos días, sin que nada pasase, se le hacía eterna la espera. Una tarde, después de comer, mientras la somnolencia le iba ganando, creyó soñar con Cabeza de fuego, la cabeza le bajaba lentamente, los ojos pesaban...¡CABEZA DE FUEGO! ¡Era él!
-¡LOS PIRATAS! ¡LOS PIRATAS! ¡ALLÍ!
Un centenar de guardias salieron de sus escondrijos, sacaron sus espadas y se inició una lucha encarnizada. No podían dejar que se escaparan. Absorto con lo que ocurría José María no se dio cuenta que Juan le miraba con rabia, y con la cara como las brasas de una chimenea. Sacó su espada y cargó contra él, de suerte que su tío le gritó. La esquivó por los pelos. Retrocedió mientras el otro, llevado por la ira, soltaba un mandoble tras otro partiendo todo lo que pillaba por medio de su acerado filo. José María recogió el arma del suelo de un guardia aturdido por un golpe. Cuando la tuvo en sus manos recordó las advertencias de su tío. Por un momento sintió miedo, pero al recordar por qué estaban allí esos malandrines recobró las fuerzas y la confianza. Levantó la espada firme y avanzó. No le dio tiempo a pensar a su adversario. Golpe tras golpe le hacía retroceder, cada vez un poco más, sin ver donde ponía el pie. La cara de rabia de Juan torno en desesperación, y luego en miedo, se veía impotente ante la maestría de José María; notó unos tablones bajo sus pies, pero no podía mirar a donde le llevaban, en cualquier descuido su adversario le ganaría la partida, de repente el suelo desapareció bajo sus pies, cayó y se hundió en algo viscoso y de olor nauseabundo hasta el pecho, el pozo donde se tiraban los restos de las tripas de pescado antes de llevarlos al mercado. Se agarró a una soga que pendía para no hundirse entero en ese mejunje, las risas resonaron en todo el puerto.
En medio de la noche cerrada el bergantín abrió fuego. Sus cañones empezaron a escupir sus bombas. La nave capitana dio la orden de encender los barriles de pólvora húmeda con la primera respuesta, tenían que pensar que las defensas alcanzaron la santa bárbara. Cuando estalló una densa humareda cubrió toda la bahía. Las tres fragatas se situaron a unos doscientos metros detrás del bergantín esperando la señal. Tres intensos fuegos señalaron el lugar donde tenían que disparar. Cada barco dirigió su mirada al que le correspondía y el cielo rugió. Las defensas de las murallas no respondían apenas, y cuando lo hacían erraban, con el denso humo del bergantín se tapaban, y con sus llamas los fogonazos de las troneras. Vaciaron todas sus reservas, Cara de palo no quería fallar esta vez, quería estar seguro de su éxito y vengarse de la derrota sufrida años antes. Mandó el alto el fuego y esperó, el silencio reinaba. Nada se oía. Seguro de que había aniquilado toda resistencia por la sorpresa. Ordenó bajar las chalupas para desembarcar. Cuando la mayoría de sus hombres estaban subidos y dispuestos a terminar su tropelía, un tambor empezó a repicar a sus espaldas. Todos miraron atónitos y un montón de faros y linternas se encendieron a su alrededor, estaban rodeados por la flota real, con todos sus cañones dispuestos a disparar y más de doscientos fusileros esperando la orden. No intentaron huir, soltaron rápidamente sus armas y los remos, subiendo ambos brazos en señal de rendición.
La fiesta en Salamar, así como en todo el reino, fue grandiosa, la amenaza y el miedo acabaron, después de tantos años podrían dormir tranquilos. José María y su tío estaban reunidos con el gobernador en su palacio.
-Fue maravillosa la idea que tuvieron. Al colocar los tres fuegos en los montes cercanos a la ciudad, se quedaron sin munición pensando que destrozaban nuestras defensa mientras sus balas levantaban solo tierra. Sin tener con que defenderse fue muy fácil su captura. Por favor, salgan conmigo al balcón. El pueblo los espera.
Se asomaron y la ciudad chillaba y gritaba dándole gracias a sus salvadores y héroes, agitando banderas con el emblema del reino. La alegría lo desbordaba todo.
-¡Como gobernador y con el permiso del rey, nombro a don Sebastián capitán de la guardia de Salamar, y a su sobrino José María Sargento de la guardia!.
A su vez les otorgo el título de “Defensores de la Ciudad”. Ambos se miraron con orgullo. Desde aquel día José María sería el terror de los piratas. Sus aventuras se convertirían en leyendas que cruzarían mares y océanos. Cuando un pirata escuchaba su nombre escupía al suelo y daba tres vueltas sobre si mismo mientras se tocaba la cabeza para espantar su imagen. Pero eso ya lo contaré en otro cuento.
FIN
LUA Y LA GALLINA CHLOÉ
LUA Y LA GALLINA CHLOÉ
La granja de la señora Nati está en un precioso valle. Detrás de la granja, en el norte, hay unas montañas rocosas espectaculares, casa de cabras montesas y águilas, cuyas cimas se encuentran coronadas de nieve casi todo el año. Al sur se encuentra un río que riega todas las granjas que se encuentran a lo largo de su cauce. Allí vive nuestra amiga Lua, una podenco preciosa, de orejas puntiagudas y grandes ojos, cariñosa, nerviosa, juguetona, y un trasto. No es que sea mala, no, cualquiera que necesite ayuda encontrará en ella la mejor amiga, siempre dispuesta; pero es tan activa que va revolucionando a todo el mundo.
En la granja también vive su gran amiga la gallinita Chloé, tan bromista y juguetona como ella, son inseparables, nadie concibe una sin la otra.
Estaba Chloé en la puerta del gallinero; de repente sonó un fuerte ruido y unos gruñidos. Chloé empezó a gritar.
-¡EL ZORRO! ¡QUE VIENE EL ZORRO!
Todas las gallinas salieron espantadas, chillando a su vez, muertas de miedo. Su sorpresa fue cuando vieron a Lua retorciéndose de la risa a la par de Chloé.
-Vaya par de irresponsables. ¿No os dais cuenta que con el susto hoy ya no pondremos huevos?. La señora Nati nos tiene por que le damos huevos que luego vende en el mercado. ¿Que hará si ya no la servimos para eso?. Pues nos venderá, y vosotras dos no podréis volver a veros en la vida. Hoy Chloé esta castigada, vete a jugar sola.
Lua se marchó con la cabeza gacha, estaba muy triste. No se le había ocurrido pensar que a su amiga la vendieran, sería terrible. Tomó la decisión de ir a la mañana siguiente y pedir perdón a las gallinas. Según se levantó fue directa al gallinero pero al llegar vio que las gallinas estaban afuera en coro cuchicheando y no en el lugar de puesta. Extrañada las preguntó.
-Buenos días. ¿Que pasa?.
La gallina María, la más vieja de todas, se dio la vuelta.
-¡Ay Lua! Estamos muy preocupadas. A noche oímos unos ruidos muy raros, y asustadas nos quedamos metidas dentro. Esta mañana nos dimos cuenta que Chloé no estaba, la puerta por la que entraste tú para asustarnos debió quedar mal cerrada y hemos encontrado unas plumas de ella fuera de la valla.
El corazón de Lua empezó a palpitar con fuerza, se asustó.
-¿Le ha pasado algo?.
-No lo sé, y no sabemos que hacer. En la granja no está.
No se lo pensó dos veces.
-Ahora mismo salgo a buscarla.
Sin decir nada más salio corriendo y abandonó la granja. El miedo y la preocupación no la dejaba pensar, así que paró un momento.
-¿Donde estará Chloé?, dijo mientras miraba a un lado y otro. ¿Por qué se ha ido sin decirme nada?. Ya sé. Habrá ido a los campos de trigo, le gusta mucho el grano.
Empezó a correr como una loca hacia el oeste. Después de muchos minutos divisó los amarillos campos. Hacía unos días que los habían segado, así que su vista abarcaba todo el enorme espacio. No veía nada, pero siguió avanzando, esperando..., no, deseando encontrarse con su amiga. Cuando estaba por la mitad le salieron al paso varias perdices con cara de pocos amigos.
-¿Que haces aquí? Vete a tu casa.
-Perdonar. Ando buscando a …...
-Que te vayas hemos dicho. No queremos que estés aquí. La última vez que estuviste aquí nos cambiaste los huevos de sitio. A ti te divertiría mucho pero nosotras nos dimos un susto de muerte. -Pero si tuve mucho cuidado de no hacerles ningún daño.
-¡Que te vayas hemos dicho!
-¡Por favor! Mi amiga a desaparecido y no sabemos donde está. Estoy muy preocupada.
Las enfadadas perdices se lanzaron a picotearla la cabeza. Cada vez que le alcanzaban Lua chillaba de dolor mientras corría sin sentido de un lado para otro intentando huir. No sabía que hacer.
-¡Quietas!, dijo una de las perdices.¡Dejarla en paz!.
-¿Por qué? Solo se dedica a hacernos bromas pesadas y a divertirse a nuestra costa.
-El año pasado salvó a mis polluelos. Un milano intentaba cazarlos y ella los protegió.
La palabras de la perdiz calmó a sus congéneres.
-Tu amiga no ha pasado por aquí, si lo hubiera hecho la habríamos visto, con el trigo cortado nada se nos escapa.
-¿Y donde puede estar? Dijo mientras sus ojos se empezaban a poner llorosos.
-Ve a preguntarles a las ovejas, por si se ha ido por ese lado. -Gracias.
Salió corriendo en dirección contraria, llena de esperanza, hacia el este. No paró a pesar del tremendo esfuerzo. Tan concentrada iba en su carrera que casi se choca con el rebaño. Las primeras ovejas que la vieron empezaron a balar atemorizadas. De inmediato salieron dos grandes perros, mastines, a cortarla el paso.
-¡Fuera de aquí! ¿Ya vienes a hacer alguna de las tuyas?
-¡NO!, estoy buscando a mi amiga.
-¡Hemos dicho que te vayas!
-No sin que antes me digáis si la habéis visto.
-¡FUERA!
Los enormes mastines enseñaron los dientes amenazando a Lua, verdaderamente daban miedo. Empezaron a avanzar despacio intimidándola y haciéndola retroceder. Todo indicaba que saltarían sobre ella cuando una voz se hizo notar.
-¿Queréis dejar de hacer tonterías?, dijo la oveja Paca, la estáis asustando.
-Que se vaya.
-Solo a venido a pedir ayuda.
-La última vez que vino os espantó para reírse y el amo nos regañó, estuvo una semana sin darnos una caricia.
-Ya, y en la última tormenta mi borreguita asustada se perdió, os pedí ayuda y allí estabais, metidos debajo de la cama temblando. -Es que los rayos y los truenos eran muy fuertes.
-Pues también lo eran para ella y la encontró, así que ahora no os hagáis los fuertotes y dejadla en paz.
La oveja Paca se giró hacia Lua y la dedicó una enorme sonrisa.
-¿Que es lo que te pasa querida?
-Mi amiga Chloé, ha desaparecido y estoy muy preocupada. En la granja no está, y las perdices tampoco la han visto por los trigales.¿Vosotras os habéis cruzado con ella?
-No, lo siento. Por aquí no ha pasado, y somos muchas, seguro que no se nos hubiera escapado, ni ha estos dos brutos.
-¿Donde podrá estar?
-Espero que el zorro no cruzara el río.
¡El zorro! Un trágico pensamiento le cruzó por la cabeza. Su amiga podía estar en peligro. Se despidió del rebaño y se dirigió al río. Cuando llegó a su orilla el espectáculo fue desolador, llevaba mucha agua y con fuerza. Ella era buena nadadora, pero era muy ancho. Pensó que el zorro lo pasaría por algún sitio mas sencillo, no se lo imaginaba nadando esa distancia, y recorrió varios kilómetros en busca de algún vado. No encontrón ninguno. Desesperada por encontrar a su amiga se lanzo al agua sin pensarlo más. Estaba helada. En los primeros metros hacía pie, pero pronto se vio metida en la zona profunda. Nadaba con todas sus ganas, pero apenas avanzaba, la temperatura del agua y la fuerza de la corriente se lo impedía. Las fuerzas la iban abandonando, pero se imaginó a Chloé pidiendo ayuda y sacó todo el amor que la tenía para forzar sus patas. Por fin consiguió llegar a la otra orilla.
Salió arrastrándose, agotada, y se dejó caer en el suelo. A los pocos minutos el calor que invadía su cuerpo del esfuerzo le abandonó y empezó a temblar de frío, le castañeteaban los dientes. Se incorporó, y a pesar de que las piernas se le doblaban, siguió buscando a su amiga. No tenía tiempo de descansar. Vagó por el bosque, sin encontrar nada, pero por fin, su fino olfato captó algo; el olor del zorro era inconfundible. Llegó a donde su nariz la llevó. Allí estaba, tumbado a la sombra en la fresca hierba. La cara le mudo a sorpresa cuando vio a Lua.
-Donde esta mi amiga?
El zorro estaba confundido.
-¿Que amiga?
-No te hagas el tonto. ¿Donde esta mi amiga?
-¿Pero que amiga?
-La gallina Chloé.
De inmediato el estómago le dio un vuelco, tenía hambre y la imagen de la gallina se lo acentuó. ¿Así que está perdida? Si me deshago de esta pesada me pondré a buscarla, me iría bien una buena cena, pensó.
-No se de que me hablas. Haz el favor de irte de aquí y no molestarme.
-De aquí no me iré. ¿Donde tienes a Chloé?
El zorro, siempre astuto, comprendió que la perra no cejaría en su empeño, así que pensó que lo mejor era asustarla. Se levantó, se encorvó, y enseñó los dientes mientras gruñía. Pero para su sorpresa, Lua lejos de asustarse, tomó la misma posición de ataque, había llegado el momento de dejar de llorar.
-O me dices ahora mismo donde tienes a mi amiga o te morderé, y no pararé hasta echarte de este bosque para siempre.
El zorro comprendió que nada haría retroceder a Lua, así que se lo pensó y decidió hacerse el amable para evitar males mayores, no fuera a ser que saliera mal parado del enfrentamiento.
-Te estoy diciendo la verdad, no sé de que me hablas y nada hice a tu amiga.
La furia le desapareció y cambió por una tremenda tristeza. Todos los nervios, los miedos y el cansancio se juntaron a la vez pesándola como si llevara una roca encima. El zorro, en parte por librarse de esa perra que le parecía una loca, y en parte por que le daba lástima decidió ayudarla.
-Mira, una gallina no podría haber cruzado el río, y te prometo que yo no fui. Yo paso por unos estrechos para no tener que hacerlo nadando, pero hay que dar unos grandes saltos de roca en roca para pasar.
-¿Y donde está mi amiga?
-Desde luego no en el bosque. Ven, te enseñaré por donde paso yo y vuelve a tu granja, a lo mejor ya tienen noticias.
La vuelta fue muy triste, no paró de llorar del río a la granja. Su mente solo pensaba en Chloé, recordando todos los buenos momentos juntas, todos los juegos, todas las risas, y ahora nada. En esos pensamientos andaba al llegar a la granja, sin levantar los ojos del suelo. Paso al lado del gallinero cabizbaja, cuando una voz la llamó.
-¡Lua! ¡Lua! ¿Donde has estado todo el día?
Al levantar la vista su boca se abrió de asombro, era Chloé. Salió corriendo y se tiró a abrazar a su amiga, cubriéndola de lametazos.
-Ja ja ja, ¿Pero a ti que te pasa?
-Creí que te había pasado algo
-¿A mi? ¿Por qué?
-Esta mañana habías desaparecido.
-Esta mañana la señora Nati me ha llevado al veterinario por que pasé la noche con mucha tos y fiebre.
Lua se quedó boquiabierta, giró la cabeza y vio que la gallina María estaba observando la escena.
-¿Pero...?
-Todas andábamos preocupadas por Chloé, pasó muy mala noche, y cuando apareciste tú pensamos que ya era hora de que alguien te diera una lección y pasaras la misma angustia que pasamos los demás, esa que a ti te hace tanta gracia.
El estupor duró unos instantes, luego comprendió lo que había pasado. Miró a su amiga que todavía no comprendía nada, y se echó a reír, como una loca.
-Ja ja ja, ha sido un justo castigo, así que me reiré como hice en otras ocasiones, ja ja ja.
Chloé no pudo aguantar la risa, que era muy contagiosa, y empezó también a reírse, al momento la siguió la gallina María, y un minuto después estaba todo el gallinero riéndose sin saber por qué. Lua aprendió la lección, que no se debe hacer sufrir a los demás, y menos para reírse, así que desde entonces siguió siendo esa perra alegre, bromista, juguetona, risueña y valiente, pero nunca, nunca más hizo una travesura a los demás.
TIAGO, EL AS DEL BALÓN
TIAGO, EL AS DEL BALÓN
(este cuento fue preparado para un niño de Miranda de Ebro que le gustaba el Real Madrid y Cristiano Ronaldo. Si al niño que se le va a contar tiene otros gustos se cambia los equipos y jugadores y se pone el nombre del niño al protagonista)
Tiago nació con una pelota pegada a los pies. Apenas era capaz de dar dos pasos seguidos cuando ya chutaba el balón con fuerza. Al año ya regateaba a su padre en el pasillo de casa. Cuando empezó el colegio lo primero que hicieron es apuntarle en el equipo de fútbol. Jugaba en el recreo, en el parque, en el entrenamiento, casi dormía con el balón abrazado. Y en todos los sitios destacaba. Era muy bueno.
Se presentó a las pruebas del Mirandés en la categoría de benjamines, dejó a los seleccionadores con la boca abierta. En poco tiempo fue la estrella del equipo, y de la liga. Su velocidad era endiablada y su regate imparable. No parecía un chaval de esa edad. Directamente pasó a infantiles sin pasar por alevines, y a pesar de ello, seguía siendo el mejor. Destacaba en todos los encuentros.
Cuando llegó a cadetes disputó con el Mirandés un campeonato de Castilla-León. Fueron pasando rondas, ganando con facilidad. La final la jugaron contra el Burgos, y le ganaron 4 a 0, Tiago marcó 2 de los goles. La gente aplaudía y gritaba su nombre mientras levantaba la copa.
Todavía estaban celebrando la victoria en el vestuario cuando el presidente del club entró.
-Chicos, vengo a daros una noticia. Se va a disputar por primera vez el campeonato de España de cadetes. Jugareis un torneo con el Celta de Vigo y el Oviedo, que quedaron campeones de sus Comunidades Autonomas. El que gane viajará hasta Madrid para disputar el título contra otros tres equipos que se clasificaran.
-¿Y donde se jugará presi?
-Eso es lo mejor, se jugará en el Bernabeu.
¡En el Bernabeu!, Tiago pensó que estaba soñando. El era del Real Madrid, muchas veces había soñado que un día jugaría allí, y ahora, de repente, se podía cumplir, ¡Y no estaba dispuesto a perder la oportunidad!
El primer partido lo jugaron en Asturias. A pesar de que los aficionados contrarios les silbaban, jugaron tan bien como siempre. Tiago tuvo mala suerte, un remate de cabeza le pegó en el larguero, un tiro cruzado en un poste, y un lanzamiento perfecto de una falta la detuvo el portero en una parada increíble. Ganaron 3 a 1, aunque solo metió un gol Tiago en un corner. El segundo partido lo jugaron el Celta y el Oviedo en Galicia, y el resultado fue idéntico, el Celta ganó 3 a 1.
El tercer y definitivo partido se jugaba en Miranda, y los dos equipos partían igualados. En caso de empate tendrían que jugar próloga. Empezaron muy igualados, ambos con algo de miedo, pero pronto Tiago empezó a desequilibrar el partido. En su campo, con todos los de Miranda animándolo y aplaudiéndole, se encontraba a gusto. Sus rápidas internadas por ambos lados rompían la defensa del Celta que no sabía como pararle. El gol tuvo que esperar hasta el minuto diez de la segunda parte, cuando, con un cañito al central, pegó un chut a la escuadra contraria fuera de las manos del portero. ¡A MADRID!, se iba a Madrid ¡AL BERNABEU! Solo con pensar que iba a pisar su césped se le ponía la piel de gallina.
A primeros de abril, con unos nervios que no sabía si podría aguantar, subió al autobús. El camino a Madrid se le hizo eterno. Todos los chavales reían y chillaban comidos por la emoción, todos, menos Tiago, el iba en el asiento de delante mirando por la ventanilla, pero no por que fuera más tranquilo que el resto, si no por qué quería ser el primero en ver el estadio, el primero en saludarle. Por fin llegaron, antes de ir al hotel donde se alojarían dieron unas vueltas al rededor para que los chicos lo vieran, era impresionante, enorme. Tiago soñó con jugar un día dentro y que todo el estadio corease su nombre.
Al día siguiente les llevaron por la mañana a que pelotearan un poco en el césped, para acostumbrarse algo, y para hacer el sorteo. Se habían clasificado el Sevilla por la Comunidad Andaluza, el Barcelona por la Comunidad de Cataluña y el Levante por la Comunidad de Valencia. Le parecía mentira poder
cambiarse de ropa en el vestuario por el que tantos buenos futbolistas habían pasado. El corazón le galopaba cuando andaba por el túnel, pero se le paró de golpe al pisar el campo de juego. Visto desde afuera se ve grande, pero desde el centro del campo inmenso. Se imaginó a 80.000 espectadores gritando y aplaudiendo, solo pendiente de lo que haces con el balón. Tragó saliva y se giró para empezar a correr, pero tropezó con alguien y cayó de culo.
-Muchacho, como hagas eso en el partido te van a sacar tarjeta.
Levantó la cabeza para ver quien le hablaba. ¡ERA CRISTIANO RONALDO! ¡SU ÍDOLO!
-Per...perdón, no me di cuenta.
-No importa. Hoy nos han dicho que os ayudemos. Toma la pelota, haber que sabes hacer.
Le lanzó el balón. Los primeros toques fueron malos e inseguros, los nervios no le dejaban concentrarse. No podía creer que estuviera allí tocando con Cristiano.
-Venga chaval, enséñame que sabes hacer.
Tiago cogió la pelota y pensó “otra oportunidad como esta no tendré” , tomó aire y se lanzó a la carrera en dirección de Ronaldo. Justo al llegar delante de él realizó una bicicleta hacia la derecha, mientras con un toqué muy ligero con su izquierda le hacía un caño al sorprendido jugador.
-Ja ja ja ja, parece que el chaval es tan bueno como tú. ¿Como te llamas?, preguntó Iker Casillas.
-Tiago.
-Venga, haber que tal tiras a puerta.
Nadie esperaba que un tiro desde fuera del área de un chaval fuera con esa fuerza y efecto a la escuadra del palo largo.
-No cabe duda, va a ser una estrella muy pronto.
Esa noche no pudo dormir. Le parecía mentira lo que estaba viviendo. Le había jaleado toda la plantilla del Madrid, riéndole las bromas y aplaudiendo sus regates. Al día siguiente, que era viernes, les tocaba jugar contra el Levante por la mañana. No pensaba defraudar a nadie. Tenía que sacar lo mejor que sabía hacer. Solo quería que Cristiano le felicitara, que el mejor jugador del mundo se fijara en él.
El desayuno apenas le entró, y un desfile de hormigas recorrieron su estómago de camino al estadio, entonces supo lo que sentían los grandes jugadores antes de empezar un partido importante. La mañana era agradable, en el estadio habría unas dos mil personas entre familiares, colegios que iban a ver la competición, ojeadores, técnicos y jugadores del primer equipo. Cristiano le saludó con una sonrisa nada más saltar al campo. Sonó el silbato, y comenzó el partido. Los chicos del Levante eran muy buenos, tenían fuerza, tenían velocidad y se situaban muy bien. Tiago intentó varias internadas buscando un hueco por donde pasar, pero la defensa se mantenía firme y sin fisuras. Hicieron un par de faltas directas, pero eran demasiado alejadas para crear peligro. Una y otra vez regateaba al primer defensa, pero siempre estaba otro al quite que le paraba los pies. Por contra ellos consiguieron lanzar varios tiros a puerta desde lejos con peligro, dos de ellos los consiguió desbaratar su portero. El susto fue grande. Tiago, preocupado de que en un error les marcaran un gol, cambió de estrategia. En vez de entrar en ángulo en el área desde afuera para buscar el regate y el disparo, penetró con una gran galopada por la banda izquierda hasta el fondo, como si fuera un extremo, y buscar el pase de la muerte. La primera vez un compañero suyo remató, pero la pelota fue fuera. La segunda llenó de silencio el estadio para continuar con un ¡UY!, gran parada del cancerbero. En la tercera, el portero, salió más de la cuenta intentando evitar otro remate como el anterior. Esa era la oportunidad que estaba esperando Tiago, muy cerradito, con algo de efecto y al primer palo. No pudieron hacer nada. En los diez minutos que quedaban el Levante se hundió, no consiguieron sobreponerse. El silbato marcó el final del encuentro y su clasificación para la final. La alegría fue desbordante, habían jugado muy bien ambos equipos. Se dirigieron hacia el túnel de vestuario y allí le esperaba Ronaldo.
-Me has dejado impresionado Tiago. Has sabido cambiar de estrategia cuando no salía lo que teníais preparado. ¡MUY BIEN!.
-¡Muchas gracias! Nos ha costado mucho ganarles.
-Las victorias que cuestan saben mejor. Mañana vendré a verte jugar la final.
-Me gustaría mucho.
-Dalo por hecho.
No cabía en si de gozo. No solo le había gustado, si no que se acordaba de su nombre y al día siguiente iría a verle jugar.
-Bien chicos, dijo el entrenador, vuestro rival en la final es el Barcelona, le ha ganado al Sevilla 3-1. Su delantera es mejor que la del Levante. Tendremos que apretar más en la defensa. El portero es también muy bueno, siempre esta bien situado, y sus dos centrales son muy altos, difíciles de batir de cabeza, pero son algo lentos. Tiago, aquí si que podrás regatear.
Estuvieron un buen rato repasando a los jugadores rivales, la estrategia a seguir y como parar su juego. Todos andaban muy excitados como para prestar mucha atención, pero el buen entrenador, como pudo, acabó su charla técnica.
Llegaron muy pronto al estadio. El partido no empezaba hasta las 12,00, pero a las 10,00 ya estaban calentando en el campo. En el gimnasio estiraron y terminaron de prepararse. Todos andaban muy nerviosos, pero nada comparado como cuando salieron al terreno de juego. Unas 10.000 personas fueron a verles. Era sábado, y la entrada era gratuita, así que mucha gente asistió a ver la final de esos prometedores chavales
. Empezó. Los diez primeros minutos fue un galimatías, a los chavales les podía los nervios, ninguno de ellos había jugado con tanto publico, pero poco a poco fueron entrando en el partido. El delantero centro del Barcelona era una pesadilla para los defensas del Mirandés, y al extremo izquierda no había quién le parara. Eso hacía que la defensa estuviera replegada, y Tiago se quedara muy solo arriba, los defensores le paraban muy fuera del área. Así que lo inevitable ocurrió, una internada del extremo le dejó un balón al delantero que lo incrusto en la red. Miró desesperado a Cristiano que le hizo una señal muy clara con las manos, tranquilidad. Acabó la primera parte y en los vestuarios el entrenador les habló.
-Bien chicos, ante todo no os preocupéis, tenemos 45 minutos para cambiar el partido.
Tiago levantó la mano para hablar.
-¿Que quieres decir?
-Así no les podemos ganar. Yo estoy solo arriba, y antes de recibir la pelota ya tengo a dos defensas encima. Hay que subir las lineas y ser más ofensivos.
-Pero si estiramos las lineas les dejaremos más huecos por donde colarse.
-Pero si no las subimos será imposible marcarles un gol y ya tenemos el partido perdido.
El entrenador contuvo un momento la respiración para después soltarla de un golpe.
-Tienes razón, pero no quisiera que nos metieran una goleada. -Prefiero perder 5-0 y haberles jugado cara a cara que perder 1-0 y no haber jugado. ¿Y vosotros chicos?
Todos movieron afirmativamente la cabeza.
-Esta bien, que así sea. Quiero la linea de defensa en la mitad de nuestro campo, y a ti Tiago subido a caballito en su portero.
Todos rieron la gracia.
Al empezar la segunda parte nada parecía igual. Ejercían la presión en el campo del Barcelona, su delantero centro se borró del partido y el gran extremo se metía en fuera de juego una y otra vez. Tiago por fin consiguió crear peligro. Corría el minuto 15 cuando recibió una pelota de espaldas a la portería. La paró con el pecho, y en un giro cerrado la envió a la escuadra izquierda. Todo el publico se puso en pie aplaudiendo, ¡Vaya golazo!. Nada más sacar de centro el Barcelona perdió la pelota, todo el Mirandés presionaba. Las ocasiones se fueron sucediendo, pero el magnífico portero culé parecía pararlo todo. En el minuto 40 Tiago recibió una bolea del banda. Estaba situado en la esquina izquierda del área grande. Sopesó la situación antes de que le llegara “lo puedo hacer, lo puedo hacer”. Las gradas enmudecieron, dio una zancada abriendo mucho sus piernas, buscando el equilibrio, cuando llegó a su altura la pelota sacó fuerza de todos sus músculos, elevó el pie, y la pegó con el empeine. El balón cogió algo de efecto y entró muy pegado al poste. ¡Imparable!. El estadio le aplaudía a rabiar, sus compañeros se le echaron encima y casi le aplastan. ¡QUE GRAN DÍA!.
En el centro del campo montaron una podium para que se subiera todo el equipo ganador. El presidente de la federación les dio una medalla de campeones a cada uno, saltaban de alegría. Trajeron la copa y todos los compañeros quisieron que fuera Tiago el primero en recogerla. Cuando la levantó los 10.000 espectadores jaleaban a los jóvenes futbolistas, a la mayoría de ellos se les escapó alguna lágrima de la emoción. Los fotógrafos les retrataban, al día siguiente ocuparían alguna de las portadas de los periódicos deportivos más importantes:
“El Mirandés de cadetes se alza con la primera copa de España en esa categoría, con un nivel de juego de 1ª división. Su estrella, Tiago, metió dos goles de antología, todos los equipos se interesan por él”.
El vestuario era una algarabía, metieron al entrenador vestido en una de las bañeras de hidromasaje, las canciones y las risas retumbaban en todo el estadio. Cuando se calmaron un poco entró el presidente del Real Madrid.
-Hola chicos, enhorabuena, habéis hecho un campeonato impresionante. Vengo a proponeros una cosa que me han pedido mis futbolistas. Como no os iréis hasta mañana por la tarde, según me comentó vuestro entrenador, ¿que os parece un partidillo por la mañana con ellos?. Para jugar mezclados, informal, pero me dijeron que estarían encantados de hacerlo.
Casi no pudo terminar la frase, un ¡SIIIIIII! sonó como si fuera un bocinazo. La celebración se trasladó al hotel. Allí varios periodistas les entrevistaron. Un locutor de radio lo hizo en directo con Tiago.
-¿Que sientes al ganar este premio?
-Mucha alegría, es como un sueño.
-Parece que tienes el gol en tus botas.
-No se me da mal.
-¿Que te parece que ya estén diciendo que eres el nuevo Cristiano Ronaldo?
Se le subieron los colores al oír eso, ni se le había ocurrido que le compararan con su ídolo, el apenas era un muchacho que empezaba en el mundo del fútbol mientras que Cristiano lo había ganado todo.
-No sé...no creo que sea tan bueno como él.
-Mañana jugareis un partido con los jugadores del Real Madrid, ¿te hace ilusión?
-No creo que pueda dormir esta noche.
Los muchachos se repartieron en dos equipos. Desde el primer momento fue Cristiano el que quiso que Tiago jugara con él. Fue maravilloso. Como por arte de magia los dos se compenetraban sin esforzarse. Los pases y las asistencias estaban medidos. Cuando uno arrancaba a regatear el otro ya estaba en el sitio exacto para recibir el pase o el rechace. El partido acabó 5-4, con un hack trick de Ronaldo y otros dos goles de Tiago, y eso que era Iker quien defendía la portería. Cuando acabó el partido se abrazaron como dos compañeros más. Le costó mucho abandonar el hotel y subirse al autobús de camino a casa. Todo el viaje estuvo muy callado, al contrario que sus compañeros, solo recordaba cada uno de los momentos de ese campeonato para no olvidar ni el más mínimo detalle.
Le costó mucho arrancar con su vida normal. En el colegio andaba muy distraído, como si no estuviera allí. Por la calle todos le felicitaban o le pedían un autógrafo. Los periodistas locales le pedían entrevistas y en el ayuntamiento le dieron la medalla al mérito deportivo. Pero nada de eso le importaba. Solo deseaba volver a tener la oportunidad de jugar con el Real Madrid.
Ya había pasado un mes de su viaje. Era un martes por la tarde y hacía los deberes en el salón. El timbre sonó y su padre fue a abrir. Oyó una conversación a lo lejos y entró una cara que le era familiar. Era el director deportivo del Real Madrid.
-Hola Tiago.
-Ho...la. ¿Que hace aquí?.
-Verás, tenemos un problema. Este fin de semana se puso enfermo uno de los jugadores, una gripe viral dijeron los médicos. La cosa es que le entró una fiebre muy alta y hubo que hospitalizarlo.
-¿Esta bien?
-Si, muy débil y con muchos calambres musculares, pero se esta reponiendo. Pero ese no es el problema.
-¿Y cual es?
-Que ayer más de la mitad de la plantilla cayeron también enfermos, y este sábado es la final de la Copa del Rey contra el Athletic en el Bernabeu.
-¿Y qué van hacer?
-A los que no se pusieron enfermos los aislamos para evitar más contagios. De los contagiados algunos podrán jugar, pero la mayoría no. Así que subiremos a varios del Castilla para sustituirlos.
-Espero que se pongan todos bien y la final la ganen. Lo que no entiendo es por qué esta usted aquí.
-Por qué Ronaldo nos ha pedido que te llamemos para juegues con nosotros la final.
-¿YOOOOOOOO?
Casi se le salen los ojos de las órbitas. Le subió un calor a la cara que le hacía arder las orejas. La respiración se le entrecortaba de la emoción.
-Vamos, si te parece bien. Tu padre me ha dicho que por él no hay problema.
-¡SIIIIIIII! ¡SIIIIIII! ¡SIIIIIII!, gritaba mientras saltaba de sofá en sofá como un histérico.
El miércoles por la mañana salieron muy temprano para Madrid. El viaje se le hizo eterno, parecía que los kilómetros no pasaban. Fueron directos al estadio donde se entrenaría con el resto de la plantilla. Al entrar en el césped todos le saludaron con simpatía, pero el que más Cristiano.
-Muchas gracias por decirles que me convocaran.
-Ha sido un placer, eso te lo ganaste tú solo. Ahora tenemos que entrenar duro para que te integres con toda la plantilla. Este sábado tenemos que repetir lo del otro día en el partidillo.
-No te pienso defraudar.
Esos tres días entrenó mañana y tarde. Se estudió con detenimiento todas las anotaciones técnicas del entrenador, y ensayó una y otra vez las jugadas a balón parado. Era su oportunidad, y quería hacerlo bien, sobre todo por su mentor. El viernes por la noche fueron al hotel de concentración. Cristiano pidió que le pusieran de compañero de habitación a Tiago para seguir aleccionándole. El ambiente era tenso, todos los jugadores estaban nerviosos de cara a la final. Las bromas y la alegría de los entrenamientos se había transformado por seriedad y concentración.
El autobús salió puntual del hotel. En la puerta había aficionados que jaleaban al equipo y les daban ánimos. Cuando Tiago salió por la puerta, en el corto camino al vehículo se sorprendió, había gente que gritaban su nombre.
-¡Vamos Tiago! ¡Demuéstrales lo bueno que eres!
No pudo evitar que se le subieran los colores de la vergüenza y que algunos compañeros se rieran por ello.
En el vestuario terminó el entrenador de prepararles, Tiago quedaría de momento en el banquillo. Tomaron camino al campo, y nada más salir se quedó parado, 80.000 espectadores, con banderas, camisetas y gorras de los dos equipos, chillaban y animaban a sus jugadores, tantas y tantas noches había soñado con esto. Le hizo sentirse tan pequeño que las piernas empezaron a temblarle. Una palmada en la espalda le hizo volver a la realidad.
-Impresiona ¿verdad?. No te preocupes, en cuanto empiece el partido se te pasaran los nervios, le dijo Ramos.
Empezó sacando el Athletic. Parecía que las gradas se fueran a caer. Desde el primer momento se vio al Real Madrid en inferioridad, físicamente estaban muy mal, la gripe había hecho estragos, y el Athletic jugaba muy bien, contra la fuerza de sus jugadores poco podían hacer los convalecientes. En el minuto 25 le pitaron un penalti a los blancos, fue muy claro. Iker estuvo a punto de pararlo, pero el gol subió al marcador. De allí hasta el final del primer tiempo fue un monólogo de los leones, ninguna pelota pasó a su campo. En el minuto 40 un disparo raso y duro que toco ligeramente el pie de un defensa entró por el poste derecho. Fue un alivio que tocara el silbato el arbitro, se llegó al final de la primera parte con un 0-2, pero pudo haber sido más. Ronaldo se retiraba cabizbajo y enfadado por el mal partido que estaban haciendo. Al levantar la mirada vio que Tiago estaba en frente haciéndole las mismas señas con las manos de tranquilidad que le hiciera él en la final de cadetes contra el Barcelona. Le arrancó una sonrisa mientras asentía con la cabeza. Se fue hablar con el entrenador mientras regresaban al vestuario antes de la charla técnica del descanso.
-Bien, hasta ahora nada nos ha salido, físicamente nos están arrollando, así que vamos ha cambiar radicalmente. Tenemos que conseguir que corran solo ellos. Cambiamos la presión al centro del campo y tenemos que abrir las bandas. Tiago, vas a salir ahora haciendo pareja de ataque con Cristiano.
El corazón le dio un vuelco, era su oportunidad. Empezó el segundo tiempo. Al Real Madrid le costó diez minutos cambiar su juego, poco a poco fueron trasladando la presión al campo de los de Bilbao. Entonces empezaron las oportunidades. Al igual que en el partidillo que jugaron para celebrar la victoria del Mirandés, Cristiano y Tiago se compenetraban a la perfección, los seguidores del Real Madrid, que en la primera parte se encontraban desilusionados, empezaron a corear los nombres de los dos. El Fideo se internó por la derecha llevándose a la defensa, lo aprovechó Tiago que penetró dentro del área y lanzó un pase alto a Cristiano, que se elevó en el aire como si fuera un pájaro y remató con mucha potencia de cabeza, el balón entró sin que pudieran hacer nada, era el minuto 20.
Bale recorrió la banda izquierda con una de sus increíbles galopadas. Hizo un pase, pero le quedó muy largo. Cuando todos daban por hecho que se iría por la linea de fondo, Tiago, en una estirada y resbalando por la hierba, llegó lo justo para devolver la pelota a la olla. Un defensa consiguió desviarla, pero el rechace le llegó a Cristiano que fusiló la portería. Era el minuto 35 y ya iban 2 a 2.
Ahora era el Athletic el que estaba encerrado. Los disparos e intentos de pase chocaban con una defensa bien cerrada. Casi era el minuto 45 cuando Cristiano cogió una pelota en la esquina del área grande. Un defensa le salió de inmediato, pero se deshizo de el con una bicicleta, otro le entró, pero le quebró hacia al interior. Ya casi en la linea de fondo se giró y vio que Tiago estaba desmarcado esperando el pase. Le envió una bolea precisa. Tiago tomó aire, empalmó la pelota con tanta fuerza, que a pesar de que el portero llegó con la mano, fue incapaz de sacar el balón. Todos los compañeros se le echaron encima, mientras se abrazaba con Ronaldo. En el estadio solo se oía un grito ¡TIAGO! ¡TIAGO!. Cuando subieron a recibir la copa todos los jugadores quisieron que fuera él el que la levantara, y como en sus sueños, alzó la copa de campeón subido en el palco de autoridades y desde entonces se convirtió en el mejor jugador del mundo.